lunes, 28 de diciembre de 2009

Navidad, Navidad, blanca Navidad

Este fue la primera Navidad que Valentina pasó despierta. Y Julito también. Es que los pusimos a dormir a las tres de la tarde, aunque no quisieron, pero durmieron casi cuatro horas para que no les ganara el sueño antes de medianoche. Y funcionó. Valentina había escrito una carta a Santa Claus con la lista de regalos que quería recibir, y escribió otra por su hermanito, que aún no escribe, con otra tanda de juguetes. Pobre Santa, con esa lista debe haberse quedado en bancarrota, jeje.

En fin, no pudo ser todo lo de la lista porque los regalos ya los teníamos pensados, aunque tratamos de acomodarlos lo mejor posible para que Valentina no notara la diferencia. A ver, Ken, el novio de Barbie, ya; un micrófono, ya; una muñeca cuyo nombre ignoro, no está, pero hay otra cuyo nombre también ignoro que es igualita y me vino de regalo en el trabajo. Y finalmente, no está la muñeca de Dora, La Exploradora que baila, canta y hace no sé qué más porque sencillamente no se vende en Perú, o la venden de segunda mano y a cambio de un ojo de la cara. Nones, hijita. No hay. Con esto se completó la lista de Valentina. Aparte recibió regalos del resto de la familia: muñecas, un castillo, ropa y un órgano. ¡Un órgano! Ya Eve me dijo que había que buscar dónde dan clases de órgano...

Julito, por la edad, claro, no estuvo tan exquisito con los pedidos. Valentina le hizo la carta a Santa Claus, pero no se ocupó de verificar si los juguetes eran o no eran los de la lista. De todos modos, me gustaron más los regalos de Julito: dos barquitos para armar y desarmar; un juguete de esos en los que presionas un botón y sale un perro, jalas una palanca y sale un gato, giras una perilla y sale una vaca, bajas una palanca y sale un pollo; una cabeza de Mickey Mouse para aprender los números del 1 al 5 y algunas cosas más.

¿Y los regalos para los papás? Bueno, yo no tengo muy arraigada la tradición de dar regalos, así que de buscar los regalos para los chicos se ocuparon ella, doña Nilda y Koki, que para eso tienen paciencia, pero compré un alisador y un rizador de cabellos para Eve y di en el clavo porque hacía tiempo quería uno de esos aparatos, sobre todo el rizador. Ya tiene los dos.

A mí, bueno, me regalaron una taza para tomar mi café con un mono de peluche dentro. Para mí, más que suficiente.

A la medianoche subimos a la azotea para ver los fuegos artificiales que están por toda la ciudad. Yo también encendí algunos, pero el mejor espectáculo era ver la sonrisa de mis hijos, maravillados con las luces de colores elevándose por todos lados, y estremecidos con el estruendo de los cohetes, bombardas y demás artefactos prohibidos. No tardaron mucho más en caer dormidos. Nosotros tampoco, la verdad.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Visita a la psicóloga

Evelyn me acaba de llamar y contar que ha llevado a Valentina a la psicóloga.  Su frase fue: me he quedado con la boca abierta.  Y no me dijo más.
Qué manera de dejarme en ascuas.  Dice que no es nada malo, pero yo creo que tiene que ver con mis prolongadas ausencias de casa en la semana, por causa del trabajo.  Imagino que mis esfuerzos para compartir más tiempo no dan resultado.  Seguimos con la Hora del Juego, yo sé que no basta pero de veras no puedo hacer mucho más.
Puede también que no sea nada de esto y la nena esté estresada por otra cosa.  Pero, ¿qué puede estresar a una niña de 4 años?  Acaso su hermanito, acaso su mamá, o su nana (que ya está a punto de ser cambiada, dicho sea de paso).  Todo puede ser, pero creo que la razón principal es que no ve a su papito más de una hora al día, cinco días a la semana.  Y claro, por eso esta semana ha estado portándose mal.  Ella, que es un ángel, maldiciendo (!) a su nana, y diciendo que odia a todo el mundo (!!), gritando que desea no tener hermanito y otras barbaridades que nunca ha dicho.  Pero no dice nada de mí. Y por eso mismo creo que soy el culpable.
Qué mal me siento.  Se me parte el alma al pensar que le puedo estar causando daño a mi hijita adorada, a mi Dodita, a mi Valentina.  Yo sé que ella no entiende lo que le pasa.
Basta por hoy, me voy a casa a averiguar qué pasa.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Título en blanco, je


A ver, a ver, la página en blanco que dizque atormenta a todos los que escriben algo.

Pues no a mí.

Si no tengo qué escribir, pues escribo que no tengo nada que escribir, y estoy escribiendo algo. Así es, ahora tengo un rato libre en el trabajo, pero no tengo tranquilidad suficiente para concentrarme en un tema; quiero escribir, pero la mollera está vacía.

Podría anotar algo del martes, cuando aprovechamos el feriado y armamos en casa el arbolito de navidad. No hubo fotos porque mamá -la Abu, para ustedes, hijos- fue a Cuzco y se llevó la cámara. Tampoco sirvió la filmadora porque en el cumpleaños de Vale usé la última cinta disponible y no he comprado otra, ni he borrado alguna antigua, porque desde el 2005 postergo, por un motivo o por otro, la tarea de pasar las cintas a DVD y reutilizarlas, de modo que tengo un cajón lleno de cintas que tampoco veo porque estoy decidido a editarlas y se posterga por un motivo o por otro y....

Mejor anoto que el fin de semana todos en la casa estuvieron con los mocos colgados porque doña Nilda trajo una gripe que dejó fuera de combate a Julito todo el sábado. También Eve y Solange -la nana- se contagiaron y parecía que Vale y yo nos íbamos a librar de la antipática pero el domingo en la noche mi Vale también estaba enferma. De modo que sólo yo he permanecido inmune. Pero con mocos y todo armamos el arbolito el martes.

Para entonces Julito ya estaba mucho mejor y estuvo con las pilas recargadas. Mi hijo se aviva más cada día. Y es bien travieso. Justamente, con ocasión del árbol, él retiraba las bombas que Valentina colgaba para quedarse con ellas, aunque no podía apilar más de cuatro en sus bracitos. Además del enojo de Valentina porque le arruinaban 'su decoración', se enojaba él de la impotencia al ver que las bombas se le caían sin remedio. Mi pobre hijo acabó por perder el quicio y, tirando todo, buscó consuelo en su mamá. Pero Julito también es tierno y amoroso. Así como le quita a Valentina el lápiz con el que escribe o le arruga el papel en el que dibuja, también se acerca a ella y la abraza fuerte diciéndole "nana", por ñaña. Le gusta lanzar besos volados a todo mundo y, cuando está en brazos de alguien, se apachurra y da besitos. Cuando oye el sordo ruido de la llave ingresando a la cerradura sabe que soy yo que llego y grita ¡Papá! y, acto seguido, deja lo que esté haciendo y corre a la puerta, riendo a carcajadas y aplaudiendo. Si no fuera que soy, según Eve, un poco frío de sentimientos, diría que me derrito al verlo así.

Pasado mañana, el sábado, armaremos el nacimiento. Y es casi seguro que no quedará pieza de cerámica entera con el chiquitín 'ayudando' allí. Pero esa es otra historia. Para entonces seguro tendré algo en la tutuma, no como ahora, que no tengo nada que escribir.


miércoles, 25 de noviembre de 2009

¡Cumple de Valentina!

No te acuerdas de ese día.  No, qué te vas a acordar.  No sabes que la tarde anterior yo iba saliendo del trabajo cuando recibí un mensaje:  "amor, creo que es hoy, me duele un montón".  "Ya voy", contesté.  Mi corazón latía más fuerte por la ansiedad.  Cuando llegué a la casa las contracciones eran más frecuentes y dolorosas y casi no hubo sueño esa noche; felizmente doña Nilda estaba allí con nosotros y se la pasó en vela.  Yo, en cambio, no pude soportar la vigilia y debo reconocer que dormí la mayor parte del tiempo.

A las cinco de la mañana ya no era posible esperar más y salí a buscar un taxi, pero no te puedes acordar de eso.  Tu memoria seguro estaba más ocupada en olvidar la sensación del dolor que en registrar el camino.  Nos habían dicho que las contracciones duraría unas 12 horas, había tiempo para que alguien nos alcanzara la filmadora que había comprado con el único fin de registrar en video el nacimiento.  Mal cálculo, pasadas las 8 ya estábamos en la sala de partos, y unos cuanto minutos después, a las 8:34, hace cuatro años, naciste tú, mi amor.  Pero seguro tampoco lo recuerdas.

En cambio, yo no lo puedo olvidar.  Cada detalle de tu nacimiento está grabado con buril en mi memoria.  Hoy, hace cuatro años, a esta hora -poco más de las 8:00 PM-, toda la visita se había ido, tú estabas dormida en la cuna, y mamá y yo nos disponíamos a descansar en nuestro primer día de padres.  Si hubieses visto nuestras caras, felices de tenerte pero asustadas por el futuro, sí que lo recordarías.


P.D.

Valentina, no sabes... Mamita y yo hemos decidido -y aleccionado a toda la familia-, de que por nada del mundo te recuerden que tu cumple es hoy.  ¿Por qué?  Pues porque hace tiempo esperas esta fecha para disfrutar de la fiesta y si notas que es hoy, pues querrás la fiesta, torta, regalos y piñata hoy.  Y la fiesta es el sábado.

Igual has notado que mamita y yo te cubrimos de besos al despertar, y te cantamos "Las Mañanitas", y te abrazamos más que otros días.

jueves, 19 de noviembre de 2009

La hora del juego

Desde que tomé un segundo empleo, hace casi un mes, llego a casa bastante más tarde de lo habitual. Si antes solía llegar a las seis de la tarde, ahora como muy pronto estoy a las ocho. Esto supone que encuentre a mi Valentina dormida; a Julito no, él todavía duerme en las tardes, así tarda más en coger sueño y podemos jugar en las noches.


La cosa es que esta nueva situación afectó a mi hijita más de lo que imaginé al principio.


Valentina suele guardar sus sentimientos cuando la situación no es favorable. Si algo la angustia no dice nada aunque le pregunten y cualquier día, ¡zaz!, como un torrente brota aquello que le aflige.


Pasó cuando no tenía amiguitos en el nido, o cuando nació Julito. Y pasó ahora.


Una tarde se cayó mientras correteaban por la casa. El llanto que siguió pronto se convirtió en uno de impotencia y pena, porque “mi papito ya no juega conmigo, todo el día trabaja y yo quiero jugar con él”. A su mamá se le partió el alma allí mismo y no había forma de consolarla.


A la mañana siguiente, fui temprano a su cama y la desperté.


- ¡Buenos días Princesita del Mar!
- Buenos días, papito.

Le dije que desde el momento de despertarnos, hasta la hora en que me vaya a trabajar, era la hora del juego, en la que el papito y la hijita van a jugar solitos, todos los días, ¿qué te parece?

No se puede describir la alegría dibujada en su rostro. Preguntó llena de emoción si se podía subir a mi cabeza, si yo podía hacer de tobogán…, en fin, si podíamos hacer lo que quisiéramos. La respuesta era sí.

Su mamá me contó ese primer día que apenas me fui le contó emocionada cómo hemos jugado, hasta dónde ha saltado, qué tan bien se ha escondido, de qué nos reímos.

Desde entonces, hace semana y media, todos los días me levanto antes de que amanezca, me aseo y voy a despertarla. Tres veces la encontré ya levantada y una vez me despertó ella. Entonces jugamos, saltamos, trepamos, nos divertimos. Hasta casi las siete le doy toda mi atención sólo a ella. Julito se despierta por esas horas, pero está perezoso y no tiene ganas de participar. Evelyn nos hace el desayuno y juntos lo tomamos. Luego me alisto y salgo al trabajo.

Valentina ya no reza para que vuelva temprano, pero cuida de no pasarse de las siete al acostarse, no se vaya a quedar dormida (una vez le pasó), ya no llora cuando salgo para el trabajo, sino que me despide llenándome de besos y pactando conmigo una nueva cita para el día siguiente. Es decir, mi Valentina está feliz de nuevo.

En cuanto a mí, qué puedo decir. La "hora del juego" ha sido un éxito. Tiene un pequeño costo, claro, ya no me puedo duchar en las mañanas, así que lo hago por las noches, debo levantarme más temprano porque la hora del juego no puede ser muy corta y me alisto diez minutos antes de salir; salgo un poco más tarde, y cambié bus por taxi, así que se compensa el tiempo de viaje.

El domingo pasado, a las seis de la mañana, descubrí una pequeña desventaja, no calculada: Valentina me despertó a gritos recordándome que ya había amanecido… ¡Qué pereza! Y yo quería dormir un poco más…, levantarme a jugar..., explicarle que domingo no hay hora del juego…, no, no.



De un salto me levanté. Qué rayos, mi hija quiere jugar. ¡Allá voy!


martes, 17 de noviembre de 2009

Soga al cuello

Feo título para una página de este blog, pero muy adecuado para este malhadado día.

Sucede que hoy mi hijo, se enredó la cuerda de la cortina en el cuello y casi se cuelga solo. ¡Diantres!

Valentina no era traviesa de pequeña, aún no lo es, pero este chiquitín nos va a poner de cabeza un día. Nunca se me ocurrió hacer algo con respecto a las cuerdas de cortinas y persianas... hasta hoy. Es de ver la huella que le quedó en el pescuezo... 


sábado, 7 de noviembre de 2009

Mi padre y mi hijo

Cuando nació no parecía.   Creo que un mes después notamos algo, después ya era claro, y cuando empezó a caminar, su andar fue la prueba definitiva: cuando está de pie se ve como él, y camina con la misma cadencia.  Mi hijo es un calco de mi padre.  Querendón y buena gente, pero se trae un genio de aquellos, y no se necesita mucho para que se le caliente la chicha y frunza el ceño.  

Anoche me vi acariciando a mi hijo mientras dormía.  Me dio algún tipo de melancolía verlo dormir tan plácidamente, se ve que es un niño feliz.  Y como antes con Valentina, anoche también me he visto prometiéndole que siempre estaré ahí para él, y le he dicho que él no me defraudará nunca.  ¿Cuántas veces, papá, me has prometido lo mismo?

Las mías son aún promesas y tú has superado la prueba del tiempo.  ¿Cuántas veces te he decepcionado, papá?, ¿cuántas dolor te he causado y he actuado como si no importara?  Y tú permaneciste incólume; severo, indignado por mi causa, pero magnánimo.  Ahora comprendo cuánto te dolían mis traperías y tropiezos, y cómo conjurabas ese dolor tú solo, sin que el resto viera que más que tu expresión dura.  Sin embargo, tenías una fe inquebrantable en mí, y la certeza de que soy mejor de lo que yo mismo creo.  En ti siempre tuve apoyo incondicional y una nueva oportunidad.

Pero sólo fui capaz de ver esto con la llegada de mis hijos.  Prometiéndole en soledad al chiquitín todo lo mejor de mí, puedo imaginar las veces que me prometiste lo mismo y puedo ver cuánto me dolerá cuando mi hijo tropiece y lo duro que será para mí cumplir estas promesas que ahora hago.

Todo esto se me vino a la cabeza anoche, mientras dormía mi hijo.  Verlo me hizo pensar en ti…, o mejor, viendo a Julito te veo a ti, papá.  Él, quizá más que Valentina, me ha hecho conocerte mejor ahora que lo que te conocí en toda mi vida; me ha hecho admirarte más, amarte más.

A mis treinta años sigues guiando mis pasos, ya no con mano firme para empujarme de nuevo si me detengo, sino con el ejemplo de toda tu vida, con la lección dada de cómo ser padre, de cómo ser hombre.  Un hombre bueno, querendón, y con un genio de aquellos,  no se necesita mucho para que se te caliente la chicha, ¿eh Papaíto?, ¿Te acuerdas, papá, que te decía Papaíto cuando era niño?

Ahora le digo así a mi hijo.

sábado, 31 de octubre de 2009

Prometo dar más

Y miren hijos, desde mayo no escribo una sola línea en el blog. Vaya diario. No he dejado consignado cuándo has comenzado a caminar, Julito. Pero estoy a tiempo para dar cuenta de que estás a punto de hablar. Hace unos meses que dices 'atá' por 'allá', 'ta' por 'ya' y 'ese' para indicar algo que deseas. Valentina habló a partir del año y un mes, creo, pero tú tardas un poquito más. Cada uno tiene su tiempo. A mí me llamas 'papá', a mamá, 'mamá', y a tu hermanita le dices 'nana'. Aún no te sale la Ñ para que sea tu ñaña. Pero ahora se te suelta la lengüita y se han incorporado al vocabulario 'oto' y 'ma' ('otro' y 'más'), generalmente por afán alimenticio porque has de saber, hijo querido, que hoy en día eres un comelón. Valentina te dice Julito Comeloncito. Comes más que tu hermanita y eso nos provoca gracia a tu mamita y a mí.

Te diré que tu rutina es la siguiente: te despiertas a las seis (desde que naciste y hasta hace cuatro meses lo hacías a las 5 de la mañana, de modo que te agradecemos que duermas un poquito más) y comes papilla o tomas leche. El desayuno es a las ocho. A media mañana duermes dos horas. A la una viene el almuerzo, a las tres otra fruta, a las cinco lonchecito, a las ocho la cena. Una teta más para dormir, otra a media madrugada y comenzamos a las seis de nuevo. ¿Ves por qué Valentina te dice así?

En cambio a ti, Valentina, mi amor, hay que hacerte una misa para que comas. Qué manera de escaparse de las comidas. Hubo días en que hemos tenido que batallar para que almorzaras sólo tres cucharadas de cualquier cosa. Pero tu mamá es un modelo de paciencia para cuidarlos. Yo no podría con la dedicación que ella pone.

Y yo... bueno, hace quince días he tomado un segundo trabajo. Ahora ya no llego a la casa a las seis de la tarde, sino en la noche, y los encuentro dormidos. Sé que Julito me espera ansioso a las seis y corre a la puerta cada vez que escucha a alguien entrar. Sé que Valentina reza todas las noches para que vuelva temprano nuevamente. Sé que su humor ha cambiado y se estresan. Mamita está triste porque les veo poco ya además está cansada porque no llego temprano para ayudar a cambiarlos, alimentarlos y acostarlos, sobre todo a ti, hijito, que yo te hacía dormir todos los días, mientras la mamita acostaba a Vale. Sólo comparto con ustedes la media hora que tardo en alistarme para salir temprano en la mañana. Ustedes no pueden comprender todavía que tengo que trabajar un poco más porque hay cuentas por pagar. Estos meses han sido de continuas renuncias y, como dice Valentina, eso no es divertido. Será por poco tiempo.

Por eso prometo dar más. Para que mis ausencias en la semana se compensen los sábados y domingos, para que no estén tristes, y para que la mamita también se contente. Voy a ver cómo hago porque tiempo no tenemos. Y ustedes tres valen la pena.

El peinado de Valentina



"Por favor, alcánzame un gancho".

OK. Aquí empieza todo. Valentina adora lucir los peinados que le hace su mamá. Trenzas de formas varias, colas, medias colas, con raya, sin raya, raya en zig-zag, etc. Y su mamá detesta el peinado que yo hago, una cola mal ajustada. A Vale no le importa, pero su mamá se indigna diciendo que no puedo hacerlo más feo aunque lo intentara. Por eso, cuando hay que peinar a Valentina, prefiero dejarle el trabajo a ella.

Sin embargo, eso no significa que no ayude. Ayer me pidió que le alcanzara un gancho. Y como ya sé los requisitos de tal pedido, allá voy, en busca del gancho ideal para el peinado en curso.

A ver, hay dos cajas de metal con ganchos. ¿Cuál quieres, Eve?

- Hay uno blanco...

Ajá, blanco. Vale no se queda quieta mucho tiempo, debo ser rápido, un gancho blanco es fácil de encontrar. Pero en las latas de marras la cosa se complica porque, en blanco, hay ganchos de metal, de plástico, con pompón, con adornos de plástico, de cerámica y de tela, sin adornos, de presión, con seguro, de a pares e individuales.... si pregunto cuál de todos se enoja Eve porque Vale no se queda quieta mucho tiempo... Atino a mirar el atuendo de Vale para ver más o menos por el color cuál queda mejor, pero nada, viste de blanco y negro y los ganchitos de eme son inclasificables por el color. Agarro uno al azar ya resignado y se lo alcanzo.

- ¡Ese es un colette!

Eve suelta el peinado a medio armar y viene a buscar el gancho por sí misma. El peinado debe rehacerse, de modo que soy un inútil espectador, pero Vale ya se cansó, ya no está quieta, de modo que Eve decide algo más sencillo: usó una vincha.



(Post escrito el 4 de mayo de 2009)

Señoras y señores: Julio César

Mi hijo querido nació el 18 de mayo de 2008, treinta meses después que su hermana, y aquí se los presento:



Sí, sí, ya sé que no parece recién nacido pero, ¿no es mejor presentarlo cuando más lindo está? Porque nadie me diga que un recién nacido es lindo.  Ahora lo que importa es presentarles a mi hijo.  Se llama Julio César, como yo.  Y como mi padre y mi abuelo.  Sé de sobra que ya no se estila llamar a los hijos como uno, pero siempre fue mi deseo que mi hijo se llame como yo.

Entradas futuras darán cuenta de lo inteligente, despierto y travieso que es.  La de hoy sólo sirve para presentarlo.  Para que sepan que hay un niño que ilumina mi vida aún más.  Para compartir lo bueno que tengo, que es poco.  Para estar presente en algún lado.  Para que mi Papaíto me lea algún día, para que me quiera más...

25 de noviembre de 2005

A las 8:34 de la mañana nació mi pequeña Valentina. Era viernes. La vi nacer. Mientras acompañaba y sujetaba a Evelyn la vi nacer. Vi salir su cabecita del vientre de su madre y la escuché refunfuñar mientras terminaba de salir. ¡Refunfuñando! Dónde se ha visto. Y seguía refunfuñando mientras le sacaban el líquido amniótico de la boca y le limpiaban el cuerpecito. Qué chistoso. Su madre medio muerta de cansancio después del supremo esfuerzo y la renegona refunfuñando porque la sacaron de donde tan cómoda estaba. Porque la sacaron; si era por ella no hubiera salido nunca. Su madre ya tenía la dilatación completa y las contracciones eran cada vez más fuertes y Valentina bien acomodada donde desde siempre estuvo. Con ella no era. Hubo necesidad de que una enfermera subiera a la cama y presionara la barriga de Evelyn al tiempo que ella pujaba para que saliera. Cada pujo acercaba a mi Valentina a la luz, pero cuando Evelyn se detenía para tomar aire, mi chiquita se volvía a meter. Ah no, no te pases pues hijita, qué es eso. Tu pobre madre sacándose el ancho y tú con esas gracias. Pero ahí mismo se subió a la cama la enfermera y en el quinto pujo, ¡zaz!, una cabecita llena de cabellos salió y empezó a refunfuñar, abrió un ojito y juraría que me miró por un segundo, para cerrarlo después, cegada sin duda por la luz desconocida del día. Qué carácter debes tener, hijita, para estar renegando mientras te examinaban, debajo de esos reflectores, en vez de arrancar a llorar como hacen todos los niños. Aunque me parece que no serás de las lloronas, lloraste poquito al nacer, más de frío, creo. Has de ser muy macha, como tu mamá.


Luego se la presentaron a Evelyn y ella le dio un besito en la frente. Mi amor estaba cansada, toda la frente mojada por el sudor y los ojos ojerosos. Tenía la expresión misma del agotamiento, pero también había contento en su rostro y sus ojos brillaron cuando vio a Valentina. Tan arrugadita mi Valentina, con los ojitos cerrados, y envuelta en un manto. Después del besito la metieron en una incubadora. Se tranquilizó en el acto al entrar allí. Ah, viva, no querías salir del vientre materno. Se la llevaron y fui tras ella. No me dejaron abandonar la sala de partos con la ropa de quirófano puesta, así que me la quité como pude, la tiré por cualquier lado y salí volando. Alcancé a la incubadora en el ascensor y al salir de allí encontré a doña Nilda, mi suegra, que también se unió a la incubadora. La vimos ingresar a una sala llamada Neonatología y me detuvieron en la puerta. “Tiene que mirar por la ventana” me dijeron. Mirar por la ventana, si yo lo que quiero es besarla. Qué preciosa es. "Sí, es bien linda".


Quedamos parados frente al vidrio que nos separaba de Valentina y entonces pude apreciarla: larga y delgada, como la familia de mi madre. Y además, blanca como la nieve. Las manos finas y los dedos, largos y delgados, manos de pianista. Los pies también largos. Seguro son pies “pico de pato” como los míos y los de mi madre (las sandalias y zapatos de vestir te quedarán regio, hijita) pero ahora son muy pequeños y no lo sabría decir. Además le habían teñido las plantas de azul para imprimir sus huellas. Y su rostro, indescriptible por su ternura. Toda una preciosura recostada allí con los ojos cerrados, buscando con la boca los dedos extraviados de la mano derecha y pateando con vigor el espacio vacío. Reconocí el talón que afligía a su madre de tanto estar en el mismo lugar de su vientre y que yo empujaba para obtener invariablemente una patada por respuesta. Esa mañana no había otros bebés, pero si tras ese vidrio hubiera estado alguien más, no lo habría visto, hijita, en ese momento tú opacabas al sol, a Dios. Hasta que alguien corrió las cortinas.

Entonces regresé a ver a Evelyn. Pero no pude entrar a la Sala de Partos de nuevo. "Tiene que estar con la ropa de quirófano". "Ah, me la pongo, acá la dejé". "No, esa ya no sirve. Y no puede estar acá, señor, por favor espere afuera". Demonios. Regresé a la Neonatología y la cortina seguía cerrada. Encontré a mi madre y a mi hermana, Anita, que llegaban. Ella, más práctica, fue a tocar la puerta. "Quiten la cortina pues, queremos ver". Y la volvieron a abrir. Ahí estaba Valentina de nuevo, esta vez dormida, con los bracitos alzados como los pondría alguien a quien apuntan con una pistola por la espalda. Qué bonita eres, hija. Movía los labios y sacaba la lengüita como si buscara el seno de tu madre; era el mismo movimiento que vi en la ecografía meses atrás.

El resto de la mañana nos dedicamos a acompañar a Evelyn. Ella estaba agotada; había pasado toda la noche sin pegar un ojo por las dolorosas contracciones y ahora sólo quería dormir. Pero en la habitación había tanta gente que eso era imposible. Todos comentando la buena nueva, a qué hora la traerán, todos felices porque no hubo dificultades, seguro ya viene, todos aliviados por la rapidez del parto, a las diez y media traeremos a la bebe, todos ansiosos porque no avanza la hora y por fin ahí viene, ahí viene. Y llegó.

La fascinación por ver a mi pequeña Valentina era general. Todos -abuelas, mi hermana, Eve y yo- la mirábamos embobados, boquiabiertos, sorprendidos. No era posible tanta belleza en ese cuerpecito tan pequeño, pero allí estaba y lo único que nos rompió el hechizo fue la llegada de una enfermera amargada de la vida que vino a levantarla como si nada para enseñarle a lactar. Pobre Valentina, los pechos de Eve no estaban listos para alimentarla. Resulta que no le habían enseñado el modo correcto de amamantar y ahora el pezón 'no salía'. Y mi pequeña Valentina no tenía fuerza para succionar y se desesperaba. Entonces comenzó un trabajo arduo para Evelyn. había que sacar el pezón con una jeringa, de modo que la bebé pudiera embocarlo. Era doloroso pero Eve no se quejaba, su preocupación por alimentar a la pequeña era mayor. cada vez que Eve jalaba el pezón la enfermera colocaba a Valentina para que intentara mamar, pero ella no sabía hacerlo, no tenía fuerza para succionar el seno. Además de eso el pezón volvía a contraerse y la bebé se desesperaba. Intentaron casi dos horas y Valentina no había tomado nada. Entonces llamaron a un médico y él dijo que había que administrarle una leche artificial. Yo me negué de plano. Pero más que el calostro que Valentina necesitaba comenzó a salir sangre de los pechos de Eve. Además ya habían pasado cuatro horas desde que mi Valentina había nacido, tenía que alimentarse. Y su llanto nos partía el corazón. A mi pesar, tuve que firmar la autorización del caso y comprar la fórmula de marras. Ese fue su primer alimento. De ahí en adelante todo fue más tranquilo y Valentina no tardó mucho en aprender a lactar.

Pasé la noche en la clínica acompañando a mis dos amores. Al día siguiente también recibimos visitas y por la tarde nos dieron de alta. Todas las enfermeras del turno, incluso la amargada, despidieron a Valentina en coro. Cuando llegamos a casa faltaba poco para el ocaso, pero yo sentía que amanecía un nuevo día.