lunes, 18 de octubre de 2010

La canción de los alimentos

Julito ya va al nido. Bueno, exactamente, es pre nido, que aún no tiene edad mi hijo para entrar en el ciclo regular. Lo lindo del caso es que le ha dado por cantar todas las canciones que va aprendiendo:

Los alimentos, los alimentos
qué ricos son, qué ricos son...


Esta es segura a la hora de comer -una de sus horas más feliz, sin duda-, la canción de los Alimentos, deliciosa en la forma de hablar de mi hijito, pronunciando apenas la "r":

Tienen vitaminas
y muchas proteínas
para crecer
robusto y sano...


Y aquí levanta el índice para graficar la siguiente línea de la tonada:

...y no quedarme
como un enano...


El primer día de nido Alejandro le jaló de los cabellos. Julito, que es más grande y fuerte, no se defendió porque estaba en un lugar desconocido y porque no es de andarse liando a golpes con nadie. Antes es querendón y bueno. Pero no es bobo. La siguiente vez se defendió y Alejandro acabó en llanto. Poco después la canción de los alimentos fue modificada ligeramente:

... y no quedarme
como Alejandro...


Esta pequeña burla seguramente no es de autoría de Julito, y aunque su mamá me ha dicho que sí, yo sospecho que fue más bien ella (o Valentina) quien le hizo vez que Alejandro, siendo de la misma edad pero media cabeza más chico, calzaba perfectamente para reemplazar al enano en la canción.

El tacho de basura
también quiere comer...


Evelyn fue molesta al nido de Julito, a hablar de una vez con el director. Era el segundo táper que se perdía en una semana. La profesora no tenía explicación y para qué perder más tiempo con ella.

...cáscaras y papeles
también quiere comer..
.

- ¿Pero cómo, con 10 niños que hay en el salón, se le van a perder dos táperes a mi hijo? Yo no reclamo por los táperes en sí, sino porque eso significa que no los cuidan todo el tiempo; el otro día mi hijo regresó con un pan que yo no había mandado en su lonchera.

- No, señora, la profesora o la auxiliar siempre está con ellos. Le prometo una respuesta para mañana-. No hubo respuesta al día siguiente, sino más disculpas, habían preguntado a todos los padres, señora, y nadie se ha llevado sus táperes.


...al piso, no
al tacho sí...


Al fin, una semana después del reclamo la profesora ya tenía el misterio resuelto: señora, lo que pasa es que su niño termina su lonchera y bota el táper a la basura, como dice la canción.

...el tacho de basura
también quiere comer.


miércoles, 13 de octubre de 2010

El remoliente

Ayer llegué temprano a la casa y encontré a Eve sirviendo emoliente. Estaba en unos afanes por convencer a Valentina de probarlo y para eso desplegaba todo un montaje para que Vale ayude con la preparación y así y tenga ganas de beber el brebaje caliente: exprimía un limón, sacaba un colador, disponía tazas, y Vale ayudaba. Mi llegada interrumpió brevemente este momento.

- Se me antojó emoliente, y quiero que le guste -me dijo Eve. Tiene razón, Vale no prueba así nomás algo que no conoce, y si no le interesa, no lo beberá- ¿Quieres un café?
- Sí -y mientras lo preparaba, conversábamos hasta que la voz de Valentina desde la mesa nos interrumpió.
- Mamita, me gustó mucho el remoliente.

Se lo había acabado, incluso la porción de Eve, que tuvo que beber té.

Noche de ronda

Qué habrá sido, seguramente algo que comió, la cosa que el domingo 3 Julito acabó mal del estómago. Devolvió la leche de las seis de la tarde y ya no quiso cenar. Como padres experimentados, nos preparamos para afrontar la posible infección estomacal: cortar la leche, las grasas y las frutas frescas. Sin embargo, el susto mayor ocurrió cuando ya se había dormido: vomitó y se estaba tragando su propio vómito. Eve me despertó y casi de inmediato levanté a mi hijo de la cama y lo puse boca abajo. Luego el pañal... igual que la otra vez. Había que llevarlo al hospital.

Y ahí, recetaron un suero y le dejaron en la sala de observación. Aunque lloró cuando sintió la aguja, mi adorado hijo estaba tan cansado que pronto el sueño le atrapó. El suero iba a demorar unas cinco horas en pasar a su cuerpo. Era la medianoche.

De modo que compramos dos cafés y nos sentamos a esperar, y esperar, y esperar... toda la madrugada. Eventualmente dimos unas vueltas por el lugar, se ven cosas interesantes en una sala de urgencias... sin embargo, nuestro interés era encontrar un sitio adecuado para echar un sueño ligero aunque sea. Cerca de la cuna donde Julito dormía no podía ser, porque allí llegaban los enfermos de emergencia y más o menos estorbábamos, pero tampoco podíamos ir muy lejos porque si despertaba en ese lugar desconocido se iba a asustar y además había que cuidar que no se quitara la sonda de la mano. A las cuatro de la mañana ya estábamos rendidos, los cafés no bastaban, pero no quedaba más remedio y cuando amaneció, éramos como dos zombis.

A las seis Julito despertó y pidió leche. Le ofrecimos anís porque el doctor prohibió la leche y nada, no quería nada más que leche. A tanta insistencia bebió un poquito. Vino el médico y luego de examinarlo nos mandó a casa con una lista enorme de medicinas y prohibiciones. A las siete llegamos a casa. Valentina ya había despertado y recién se enteraba de la novedad:

- ¿Ya ves, Julito, lo que te pasa por no lavarte las manos? -le decía, mientras su hermano le mostraba su mano pinchada. Ya estaba bien. Y nosotros, ¿al fin a dormir? Ja, bueno fuera. Nos esperaba un día como cualquier otro. Más café en el desayuno y fui a trabajar.
- Faltan 12 horas para dormirnos -le dije a Eve, antes de salir.
- No digas....