Hace tres días, mientras regresaba de almuerzo al trabajo, vi a un vendedor ambulante con unos aviones de plástico. Julito gusta de los aviones, varias veces hemos ido a las afueras del aeropuerto a contarlos mientras despegan y soy un experto haciendo avioncitos con el lego, que él cuida con primor:
Y juega con cuidado, aunque la verdad siempre se le acaban cayendo las piezas, entonces con cara de alarma recurre a mí para la correspondiente reparación. Y como Valentina no se entusiasma mucho con los aviones, no hay competencia.
Decía que hace unos días encontré un avión de plástico y lo compré. Ya dormían cuando llegué, de modo que a la mañana siguiente cuando, no bien abrió los ojos, se lo entregué, Julito quedó encantado.
- Julito, ¿qué esto?
- Viommmmm.
- Valentina, mira lo que trajo la señora que apaga la luz para Julito-. Valentina no dijo nada, pero inmediatamente levantó su almohada buscando su regalo... sin hallarlo. No pensé en esto cuando Eso sí me dio pena.
Bueno, desde entonces Julito hacía 'volar' al avión día y noche, llevándolo con la mano alzada y haciendo el ruido de los turboreactores con la boca: shhhhhhhhhhhh. Pronto, prontísimo, Julito aprendió a quitarle las alas, la cola y los motores al avión -un Jumbo, para más señas- y a colocarlas de nuevo, y pronto se aflojaron. Todo esto ocurría días antes de su cumpleaños. Cuando el 18 de mayo llegó, lo hizo también y el nuevo rey de los cielos: un avión a control remoto con luces y cuyo sonido sería la envidia de un jet verdadero.
Siempre sucede en los niños que el juguete nuevo deja en el olvido al viejo. Más si aquél es más grande, vistoso y bonito que éste. En efecto, el viejo Jumbo, sin alas, cola ni motores, fue a dar a la caja de juguetes viejos, mientras el bimotor con luces se ha convertido en el preferido de mi adorado hijo, que también se ha olvidado de los avioncitos de lego. Y aunque juguete no tiene nada de suave y sí mucho de duro, Julito duerme abrazado a él.
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viernes, 4 de junio de 2010
lunes, 12 de abril de 2010
Tu nombre es Julio César
Julito aún no va al nido, ni a la estimulación temprana, ni a nada de educación regular. Valentina sí asistió desde los diez meses a la estimulación en un nido y, con un breve intervalo, ha continuado hasta que ahora ya asiste al jardín de niños porque es obligatorio.
Este trato distinto entre los dos obedece a que no es bueno que los niños dejen el seno del hogar a tan temprana edad. A veces los padres, por querer dar lo mejor a nuestros hijos terminamos haciéndoles daño. Valentina resultó una niña inteligentísima, casi un prodigio en el aprender, y a los tres años estaba en el nivel de niños de seis. Pero no todo era lindo: le era sumamente difícil hacer amiguitos, no se integraba a grupos de niños de su edad y es fácil saber porqué: como sabe más, el resto se aburre con ella y ella se aburre con el resto. Y los niños más grandes no le hacían caso porque era muy chiquita. Y nos partía el alma ver que todos jugaban con todos y ella jugaba solita; estaba en grupo, pero sola.
Una psicóloga nos hizo ver el error tremendo que habíamos cometido. Y la solución consistió en cambiar de nido y enfocarnos en actividades grupales. De ese modo, el año pasado la trasladamos a un nido estatal en pos de gentío y espacios libres. El cambio fue notorio. Dejó de regresar con el uniforme limpio, y en cambio llegaba sucia, sudorosa, cansada, llena de anécdotas para contar y, a veces, con un moretón producto de sus juegos y correrías; le perdió miedo al columpio y a la resbaladera. Las pasadas vacaciones ha hecho cursos de marinera y natación.
Por todo lo dicho, con Julito hemos seguido el consejo de la psicóloga, y él no asiste a ningún lugar. Sin embargo, ya casi con dos años encima y más travieso que zorro en gallinero, hemos pensado que podría asistir a algunas clases breves para niños de su edad. Debido a ello, un nido muy lindo nos había invitado a una clase de demostración para que experimentemos sus métodos. Todo fue muy bien hasta que....
Aquí viene la anécdota. En medio de una canción en la cual cada niño debía responder a su nombre, Julito fue no contestó. Repitieron la estrofa para él y nada, para vergüenza de su mamá.
- ¿No sabe su nombre? -preguntó la profesora-. ¿Cómo le dicen en casa, señora?
- Le decimos Julito-. La verdad, es que hasta ese momento no habíamos reparado en ello, y le decíamos, en efecto, Julito. Pero también Papaíto, Pachi, Papo y Papayo; y Valentina tendría que agregar Ñaño.
Este trato distinto entre los dos obedece a que no es bueno que los niños dejen el seno del hogar a tan temprana edad. A veces los padres, por querer dar lo mejor a nuestros hijos terminamos haciéndoles daño. Valentina resultó una niña inteligentísima, casi un prodigio en el aprender, y a los tres años estaba en el nivel de niños de seis. Pero no todo era lindo: le era sumamente difícil hacer amiguitos, no se integraba a grupos de niños de su edad y es fácil saber porqué: como sabe más, el resto se aburre con ella y ella se aburre con el resto. Y los niños más grandes no le hacían caso porque era muy chiquita. Y nos partía el alma ver que todos jugaban con todos y ella jugaba solita; estaba en grupo, pero sola.
Una psicóloga nos hizo ver el error tremendo que habíamos cometido. Y la solución consistió en cambiar de nido y enfocarnos en actividades grupales. De ese modo, el año pasado la trasladamos a un nido estatal en pos de gentío y espacios libres. El cambio fue notorio. Dejó de regresar con el uniforme limpio, y en cambio llegaba sucia, sudorosa, cansada, llena de anécdotas para contar y, a veces, con un moretón producto de sus juegos y correrías; le perdió miedo al columpio y a la resbaladera. Las pasadas vacaciones ha hecho cursos de marinera y natación.
Por todo lo dicho, con Julito hemos seguido el consejo de la psicóloga, y él no asiste a ningún lugar. Sin embargo, ya casi con dos años encima y más travieso que zorro en gallinero, hemos pensado que podría asistir a algunas clases breves para niños de su edad. Debido a ello, un nido muy lindo nos había invitado a una clase de demostración para que experimentemos sus métodos. Todo fue muy bien hasta que....
Aquí viene la anécdota. En medio de una canción en la cual cada niño debía responder a su nombre, Julito fue no contestó. Repitieron la estrofa para él y nada, para vergüenza de su mamá.
- ¿No sabe su nombre? -preguntó la profesora-. ¿Cómo le dicen en casa, señora?
- Le decimos Julito-. La verdad, es que hasta ese momento no habíamos reparado en ello, y le decíamos, en efecto, Julito. Pero también Papaíto, Pachi, Papo y Papayo; y Valentina tendría que agregar Ñaño.
Desde entonces hemos restringido el uso de los diminutivos y sobrenombres de cariño, para pasar a decirle Julio César. Sólo que el cariño se transmite también por la forma cariñosa de llamarlo y ahora decirle Julio César a secas se me hace algo impersonal. Pero no importa. Después de todo es un lindo nombre.
Tu nombre es Julio César, hijo. Julio César. Como tu padre, como tu abuelo, como mi abuelo.
sábado, 10 de abril de 2010
Contar, contar
El domingo pasado tuve que ir al aeropuerto a depositar directamente un sobre muy urgente. Como otras veces que hice lo mismo, llevé a Julito para detenernos a mirar los aviones que despegan del Jorge Chávez. A él le encantan ver los aviones, y los señala en el cielo incluso cuando mis miopes ojos ya no los ven. Esta vez tuvimos suerte y vimos un avión enorme, de aquellos que vuelan a Europa. Cuando regresamos su mamá le pregunta: ¿Cómo vuelan los aviones, hijito? Y Julito levanta la manito abierta y hace "shhhhhh".
Esta vez, sin embargo, fue diferente. Primero, por poco no me dejan ingresar, porque en el lugar hay montacargas, camiones, grúas y otras cosas, y no puede estar un niño allí. Yo protesté diciendo que era el cuarto domingo consecutivo que iba allí con mi hijo y nadie me dijo nada antes. Me dejaron ingresar a condición que no dejara de tenerlo en brazos ni un minuto. Igual, jamás soltaría a mi hijo en un lugar como ese.
La sorpresa mayúscula fue en la caja. Pagué con un billete y me dieron cuatro monedas de vuelto. Mientras firmaba la factura con la mano libre, Julito, mirando las monedas, y señalándolas con el dedo, dijo:
- Un, dosh, te, ato.
Quedé de una pieza, y la cajera se deshizo en elogios. Julito ha aprendido a contar, luego supe que hasta cinco. Y se ve la dedicación que Eve le da a nuestros hijos. Julito también aprenderá a leer y escribir a los tres años, como su hermana, todo por obra de los juegos de su mamá. Comencé a reír de gusto y le dije otra vez, uno, dos, tres, cuatro. Pero la cajera también le pedía que cuente y se avergonzó. No quiso más. Y con eso me retiré.
Afuera vimos más aviones, pero eran todos pequeños. Julito se arrulló porque ya tenía sueño. Yo busqué un taxi y fuimos a casa. Mañana no tengo nada que enviar, pero de todas formas iremos a ver aviones, esta vez los contaremos, ¿ya hijito?
martes, 17 de noviembre de 2009
Soga al cuello
Feo título para una página de este blog, pero muy adecuado para este malhadado día.
Sucede que hoy mi hijo, se enredó la cuerda de la cortina en el cuello y casi se cuelga solo. ¡Diantres!
Valentina no era traviesa de pequeña, aún no lo es, pero este chiquitín nos va a poner de cabeza un día. Nunca se me ocurrió hacer algo con respecto a las cuerdas de cortinas y persianas... hasta hoy. Es de ver la huella que le quedó en el pescuezo...
Valentina no era traviesa de pequeña, aún no lo es, pero este chiquitín nos va a poner de cabeza un día. Nunca se me ocurrió hacer algo con respecto a las cuerdas de cortinas y persianas... hasta hoy. Es de ver la huella que le quedó en el pescuezo...
sábado, 31 de octubre de 2009
Prometo dar más
Y miren hijos, desde mayo no escribo una sola línea en el blog. Vaya diario. No he dejado consignado cuándo has comenzado a caminar, Julito. Pero estoy a tiempo para dar cuenta de que estás a punto de hablar. Hace unos meses que dices 'atá' por 'allá', 'ta' por 'ya' y 'ese' para indicar algo que deseas. Valentina habló a partir del año y un mes, creo, pero tú tardas un poquito más. Cada uno tiene su tiempo. A mí me llamas 'papá', a mamá, 'mamá', y a tu hermanita le dices 'nana'. Aún no te sale la Ñ para que sea tu ñaña. Pero ahora se te suelta la lengüita y se han incorporado al vocabulario 'oto' y 'ma' ('otro' y 'más'), generalmente por afán alimenticio porque has de saber, hijo querido, que hoy en día eres un comelón. Valentina te dice Julito Comeloncito. Comes más que tu hermanita y eso nos provoca gracia a tu mamita y a mí.
Te diré que tu rutina es la siguiente: te despiertas a las seis (desde que naciste y hasta hace cuatro meses lo hacías a las 5 de la mañana, de modo que te agradecemos que duermas un poquito más) y comes papilla o tomas leche. El desayuno es a las ocho. A media mañana duermes dos horas. A la una viene el almuerzo, a las tres otra fruta, a las cinco lonchecito, a las ocho la cena. Una teta más para dormir, otra a media madrugada y comenzamos a las seis de nuevo. ¿Ves por qué Valentina te dice así?
En cambio a ti, Valentina, mi amor, hay que hacerte una misa para que comas. Qué manera de escaparse de las comidas. Hubo días en que hemos tenido que batallar para que almorzaras sólo tres cucharadas de cualquier cosa. Pero tu mamá es un modelo de paciencia para cuidarlos. Yo no podría con la dedicación que ella pone.
Y yo... bueno, hace quince días he tomado un segundo trabajo. Ahora ya no llego a la casa a las seis de la tarde, sino en la noche, y los encuentro dormidos. Sé que Julito me espera ansioso a las seis y corre a la puerta cada vez que escucha a alguien entrar. Sé que Valentina reza todas las noches para que vuelva temprano nuevamente. Sé que su humor ha cambiado y se estresan. Mamita está triste porque les veo poco ya además está cansada porque no llego temprano para ayudar a cambiarlos, alimentarlos y acostarlos, sobre todo a ti, hijito, que yo te hacía dormir todos los días, mientras la mamita acostaba a Vale. Sólo comparto con ustedes la media hora que tardo en alistarme para salir temprano en la mañana. Ustedes no pueden comprender todavía que tengo que trabajar un poco más porque hay cuentas por pagar. Estos meses han sido de continuas renuncias y, como dice Valentina, eso no es divertido. Será por poco tiempo.
Por eso prometo dar más. Para que mis ausencias en la semana se compensen los sábados y domingos, para que no estén tristes, y para que la mamita también se contente. Voy a ver cómo hago porque tiempo no tenemos. Y ustedes tres valen la pena.
Te diré que tu rutina es la siguiente: te despiertas a las seis (desde que naciste y hasta hace cuatro meses lo hacías a las 5 de la mañana, de modo que te agradecemos que duermas un poquito más) y comes papilla o tomas leche. El desayuno es a las ocho. A media mañana duermes dos horas. A la una viene el almuerzo, a las tres otra fruta, a las cinco lonchecito, a las ocho la cena. Una teta más para dormir, otra a media madrugada y comenzamos a las seis de nuevo. ¿Ves por qué Valentina te dice así?
En cambio a ti, Valentina, mi amor, hay que hacerte una misa para que comas. Qué manera de escaparse de las comidas. Hubo días en que hemos tenido que batallar para que almorzaras sólo tres cucharadas de cualquier cosa. Pero tu mamá es un modelo de paciencia para cuidarlos. Yo no podría con la dedicación que ella pone.
Y yo... bueno, hace quince días he tomado un segundo trabajo. Ahora ya no llego a la casa a las seis de la tarde, sino en la noche, y los encuentro dormidos. Sé que Julito me espera ansioso a las seis y corre a la puerta cada vez que escucha a alguien entrar. Sé que Valentina reza todas las noches para que vuelva temprano nuevamente. Sé que su humor ha cambiado y se estresan. Mamita está triste porque les veo poco ya además está cansada porque no llego temprano para ayudar a cambiarlos, alimentarlos y acostarlos, sobre todo a ti, hijito, que yo te hacía dormir todos los días, mientras la mamita acostaba a Vale. Sólo comparto con ustedes la media hora que tardo en alistarme para salir temprano en la mañana. Ustedes no pueden comprender todavía que tengo que trabajar un poco más porque hay cuentas por pagar. Estos meses han sido de continuas renuncias y, como dice Valentina, eso no es divertido. Será por poco tiempo.
Por eso prometo dar más. Para que mis ausencias en la semana se compensen los sábados y domingos, para que no estén tristes, y para que la mamita también se contente. Voy a ver cómo hago porque tiempo no tenemos. Y ustedes tres valen la pena.
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Julio Reátegui Espejo,
Valentina Reátegui Espejo
Señoras y señores: Julio César
Mi hijo querido nació el 18 de mayo de 2008, treinta meses después que su hermana, y aquí se los presento:
Sí, sí, ya sé que no parece recién nacido pero, ¿no es mejor presentarlo cuando más lindo está? Porque nadie me diga que un recién nacido es lindo. Ahora lo que importa es presentarles a mi hijo. Se llama Julio César, como yo. Y como mi padre y mi abuelo. Sé de sobra que ya no se estila llamar a los hijos como uno, pero siempre fue mi deseo que mi hijo se llame como yo.
Entradas futuras darán cuenta de lo inteligente, despierto y travieso que es. La de hoy sólo sirve para presentarlo. Para que sepan que hay un niño que ilumina mi vida aún más. Para compartir lo bueno que tengo, que es poco. Para estar presente en algún lado. Para que mi Papaíto me lea algún día, para que me quiera más...
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