jueves, 19 de noviembre de 2009

La hora del juego

Desde que tomé un segundo empleo, hace casi un mes, llego a casa bastante más tarde de lo habitual. Si antes solía llegar a las seis de la tarde, ahora como muy pronto estoy a las ocho. Esto supone que encuentre a mi Valentina dormida; a Julito no, él todavía duerme en las tardes, así tarda más en coger sueño y podemos jugar en las noches.


La cosa es que esta nueva situación afectó a mi hijita más de lo que imaginé al principio.


Valentina suele guardar sus sentimientos cuando la situación no es favorable. Si algo la angustia no dice nada aunque le pregunten y cualquier día, ¡zaz!, como un torrente brota aquello que le aflige.


Pasó cuando no tenía amiguitos en el nido, o cuando nació Julito. Y pasó ahora.


Una tarde se cayó mientras correteaban por la casa. El llanto que siguió pronto se convirtió en uno de impotencia y pena, porque “mi papito ya no juega conmigo, todo el día trabaja y yo quiero jugar con él”. A su mamá se le partió el alma allí mismo y no había forma de consolarla.


A la mañana siguiente, fui temprano a su cama y la desperté.


- ¡Buenos días Princesita del Mar!
- Buenos días, papito.

Le dije que desde el momento de despertarnos, hasta la hora en que me vaya a trabajar, era la hora del juego, en la que el papito y la hijita van a jugar solitos, todos los días, ¿qué te parece?

No se puede describir la alegría dibujada en su rostro. Preguntó llena de emoción si se podía subir a mi cabeza, si yo podía hacer de tobogán…, en fin, si podíamos hacer lo que quisiéramos. La respuesta era sí.

Su mamá me contó ese primer día que apenas me fui le contó emocionada cómo hemos jugado, hasta dónde ha saltado, qué tan bien se ha escondido, de qué nos reímos.

Desde entonces, hace semana y media, todos los días me levanto antes de que amanezca, me aseo y voy a despertarla. Tres veces la encontré ya levantada y una vez me despertó ella. Entonces jugamos, saltamos, trepamos, nos divertimos. Hasta casi las siete le doy toda mi atención sólo a ella. Julito se despierta por esas horas, pero está perezoso y no tiene ganas de participar. Evelyn nos hace el desayuno y juntos lo tomamos. Luego me alisto y salgo al trabajo.

Valentina ya no reza para que vuelva temprano, pero cuida de no pasarse de las siete al acostarse, no se vaya a quedar dormida (una vez le pasó), ya no llora cuando salgo para el trabajo, sino que me despide llenándome de besos y pactando conmigo una nueva cita para el día siguiente. Es decir, mi Valentina está feliz de nuevo.

En cuanto a mí, qué puedo decir. La "hora del juego" ha sido un éxito. Tiene un pequeño costo, claro, ya no me puedo duchar en las mañanas, así que lo hago por las noches, debo levantarme más temprano porque la hora del juego no puede ser muy corta y me alisto diez minutos antes de salir; salgo un poco más tarde, y cambié bus por taxi, así que se compensa el tiempo de viaje.

El domingo pasado, a las seis de la mañana, descubrí una pequeña desventaja, no calculada: Valentina me despertó a gritos recordándome que ya había amanecido… ¡Qué pereza! Y yo quería dormir un poco más…, levantarme a jugar..., explicarle que domingo no hay hora del juego…, no, no.



De un salto me levanté. Qué rayos, mi hija quiere jugar. ¡Allá voy!


1 comentario:

  1. Eso se llama pura dedicacion. Uno hay que aprovechar esos momentos con los ninos pues si que el tiempo nos ganas y de pronto ya crecieron, pero al menos uno tiene dulces recuerdos. Tengo que poner mas esfuerzos para pasarla individualmente con mis hijos. Tuve una cita con Bryson la semana pasada, y ahora me toca con Miah. Pero siempre hacemos algo en familia los fines de semana. La vida se pone mas ocupada una ves que empienzan la escuela...pero nunca es imposible robarse un poquito de tiempo y tu si que eres un gran ejemplo de sacrifico y puro amor para tus hijos. Me hace sonreir.

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