viernes, 3 de diciembre de 2010

Cuando se va la luz

Anoche habíamos hecho una pausa en el juego del columpio (en el cual el columpio soy yo, trepado en el dintel de dos ventanas opuestas, balanceando por turnos a los dos) para cenar. A regañadientes Valentina aceptó, todavía molesta porque no pudo tocar el techo con los pies (así de alto los balanceo). En realidad, sí tocó el techo, pero sólo con la punta de los pies, y no a planta completa, como antes, y eso le molestaba. Tuve que inventar que, como ahora es bailarina de ballet, sus pies están habituados a tocar con la puntita el piso y, también, el techo. Al principio funcionó, pero luego estaba requintando contra las clases de ballet.

- Nunca más vuelvo a ir a ese tonto ballet.
- No digas eso, hijita, además el sábado se acaba el ballet.

Y así continuaba un día normal, en el cual llego a casa, jugamos un rato y luego iniciamos el ritual de cambiarles, darles de cenar, asearles y acostarles. Un rato de televisión, luego leer cuentos y finalmente dormir.

Sólo que ahora nos sorprendió un apagón mientras cenaban. Sí, la energía eléctrica se fue en todo el barrio.

- ¿Has apagado la luz, papá? Prende, prende -dijo Julito.
- No hijito, se apagó sola, no se puede encender.

Él no se asustó, en cambio, Vale comenzó con el llanto, pero allí mismo la atajé:

- ¿Por qué lloras? Puedes llorar si te has chancado un dedo, o si te duele algo, pero no por la luz.
- Pero papito, tengo miedo.
- Nada de miedo. A ver, ¿te duele algo?, ¿alguien viene a hacerte daño?, ¿estás en peligro?
- No, pero...
- Entonces no hay motivo para el llanto. Además, por si no sabes todas las noches duermes con la luz apagada-. Valentina puso una cara de sorpresa y se le fue el llanto.
- No, yo dejo la luz prendida.
- Sí, pero yo la apago después. Además, la noche es linda. Podemos hacer sombras con las manos, y contar cuentos que no están en los libros -Valentina iba sorprendiéndose, olvidado ya su llanto, preguntando qué más podemos hacer.

Eve apareció con una linterna y, con su luz, las sombras. Entonces llegaron pájaros y conejos, también perros, Julito no conseguía armar nada con los dedos; Vale, algo. Luego siguieron cuentos que no están en los libros. Cuentos que nos contábamos entre primos y hermanos en Pucallpa, cuando los apagones eran tan comunes, entonces sin querer me acordé de esas noches tan lejanas, de historias, de bromas, de dormir temprano, también de susto, qué bueno que ustedes no tienen que pasar por eso, de oír el chirrido de los grillos y el croar de los sapos, de ver las luciérnagas, sí es una pena que no puedan ver esto, de espantar los zancudos y las polillas que se aglutinaban alrededor de las velas, de esperar a mi papá que siempre llegaba con un pollo a la brasa, pero sobre todo, me acordé de algo que me encantaba hacer y que he olvidado, pero que he enseñado anoche a mis hijos:

- Vale, ven; Julito, ven acá, vengan, vamos a mirar las estrellas.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Días de descanso

Hijos, aunque ustedes no está todavía para entender de estas cosas, les digo que estos últimos quince días ha habido una huelga en mi trabajo. Y yo, decidido a no arruinar las aspiraciones de nadie, dejé de trabajar también. Sólo que en lugar de estar con los huelguistas me la pasé con ustedes.

De modo que he pasado buenos días de felicidad doméstica, dedicado a ayudar a Eve en la casa, llevar a los chicos al nido, recogerlos, alimentarlo, bañarlos, vestirlos, hacer de árbitro cuando se pelean, y la infinidad de cosas que hay que hacer a diario en la casa y que -la verdad- agotan muchísimo más que cualquier empleo.

No es que nunca haya hecho estas cosas, sí que las hice, sobre todo con Valentina. Con Julito ya no tanto porque esto de tener dos trabajos me ha quitado mucho tiempo. Tampoco es que fuera fácil. Pero al final del día, hijos, verlos dormir con esa expresión tan única que no se puede describir, pero que permite ver que están felices, compensa todo cansancio. Entonces uno sabe que el día ha valido la pena. Aunque uno mismo -la mamá o yo- quede sin fuerzas para hacer nada más que desear dormir también. Y si es verdad que pocas cosas de la infancia se recuerdan, espero que esta sea una de ellas.

lunes, 18 de octubre de 2010

La canción de los alimentos

Julito ya va al nido. Bueno, exactamente, es pre nido, que aún no tiene edad mi hijo para entrar en el ciclo regular. Lo lindo del caso es que le ha dado por cantar todas las canciones que va aprendiendo:

Los alimentos, los alimentos
qué ricos son, qué ricos son...


Esta es segura a la hora de comer -una de sus horas más feliz, sin duda-, la canción de los Alimentos, deliciosa en la forma de hablar de mi hijito, pronunciando apenas la "r":

Tienen vitaminas
y muchas proteínas
para crecer
robusto y sano...


Y aquí levanta el índice para graficar la siguiente línea de la tonada:

...y no quedarme
como un enano...


El primer día de nido Alejandro le jaló de los cabellos. Julito, que es más grande y fuerte, no se defendió porque estaba en un lugar desconocido y porque no es de andarse liando a golpes con nadie. Antes es querendón y bueno. Pero no es bobo. La siguiente vez se defendió y Alejandro acabó en llanto. Poco después la canción de los alimentos fue modificada ligeramente:

... y no quedarme
como Alejandro...


Esta pequeña burla seguramente no es de autoría de Julito, y aunque su mamá me ha dicho que sí, yo sospecho que fue más bien ella (o Valentina) quien le hizo vez que Alejandro, siendo de la misma edad pero media cabeza más chico, calzaba perfectamente para reemplazar al enano en la canción.

El tacho de basura
también quiere comer...


Evelyn fue molesta al nido de Julito, a hablar de una vez con el director. Era el segundo táper que se perdía en una semana. La profesora no tenía explicación y para qué perder más tiempo con ella.

...cáscaras y papeles
también quiere comer..
.

- ¿Pero cómo, con 10 niños que hay en el salón, se le van a perder dos táperes a mi hijo? Yo no reclamo por los táperes en sí, sino porque eso significa que no los cuidan todo el tiempo; el otro día mi hijo regresó con un pan que yo no había mandado en su lonchera.

- No, señora, la profesora o la auxiliar siempre está con ellos. Le prometo una respuesta para mañana-. No hubo respuesta al día siguiente, sino más disculpas, habían preguntado a todos los padres, señora, y nadie se ha llevado sus táperes.


...al piso, no
al tacho sí...


Al fin, una semana después del reclamo la profesora ya tenía el misterio resuelto: señora, lo que pasa es que su niño termina su lonchera y bota el táper a la basura, como dice la canción.

...el tacho de basura
también quiere comer.


miércoles, 13 de octubre de 2010

El remoliente

Ayer llegué temprano a la casa y encontré a Eve sirviendo emoliente. Estaba en unos afanes por convencer a Valentina de probarlo y para eso desplegaba todo un montaje para que Vale ayude con la preparación y así y tenga ganas de beber el brebaje caliente: exprimía un limón, sacaba un colador, disponía tazas, y Vale ayudaba. Mi llegada interrumpió brevemente este momento.

- Se me antojó emoliente, y quiero que le guste -me dijo Eve. Tiene razón, Vale no prueba así nomás algo que no conoce, y si no le interesa, no lo beberá- ¿Quieres un café?
- Sí -y mientras lo preparaba, conversábamos hasta que la voz de Valentina desde la mesa nos interrumpió.
- Mamita, me gustó mucho el remoliente.

Se lo había acabado, incluso la porción de Eve, que tuvo que beber té.

Noche de ronda

Qué habrá sido, seguramente algo que comió, la cosa que el domingo 3 Julito acabó mal del estómago. Devolvió la leche de las seis de la tarde y ya no quiso cenar. Como padres experimentados, nos preparamos para afrontar la posible infección estomacal: cortar la leche, las grasas y las frutas frescas. Sin embargo, el susto mayor ocurrió cuando ya se había dormido: vomitó y se estaba tragando su propio vómito. Eve me despertó y casi de inmediato levanté a mi hijo de la cama y lo puse boca abajo. Luego el pañal... igual que la otra vez. Había que llevarlo al hospital.

Y ahí, recetaron un suero y le dejaron en la sala de observación. Aunque lloró cuando sintió la aguja, mi adorado hijo estaba tan cansado que pronto el sueño le atrapó. El suero iba a demorar unas cinco horas en pasar a su cuerpo. Era la medianoche.

De modo que compramos dos cafés y nos sentamos a esperar, y esperar, y esperar... toda la madrugada. Eventualmente dimos unas vueltas por el lugar, se ven cosas interesantes en una sala de urgencias... sin embargo, nuestro interés era encontrar un sitio adecuado para echar un sueño ligero aunque sea. Cerca de la cuna donde Julito dormía no podía ser, porque allí llegaban los enfermos de emergencia y más o menos estorbábamos, pero tampoco podíamos ir muy lejos porque si despertaba en ese lugar desconocido se iba a asustar y además había que cuidar que no se quitara la sonda de la mano. A las cuatro de la mañana ya estábamos rendidos, los cafés no bastaban, pero no quedaba más remedio y cuando amaneció, éramos como dos zombis.

A las seis Julito despertó y pidió leche. Le ofrecimos anís porque el doctor prohibió la leche y nada, no quería nada más que leche. A tanta insistencia bebió un poquito. Vino el médico y luego de examinarlo nos mandó a casa con una lista enorme de medicinas y prohibiciones. A las siete llegamos a casa. Valentina ya había despertado y recién se enteraba de la novedad:

- ¿Ya ves, Julito, lo que te pasa por no lavarte las manos? -le decía, mientras su hermano le mostraba su mano pinchada. Ya estaba bien. Y nosotros, ¿al fin a dormir? Ja, bueno fuera. Nos esperaba un día como cualquier otro. Más café en el desayuno y fui a trabajar.
- Faltan 12 horas para dormirnos -le dije a Eve, antes de salir.
- No digas....


miércoles, 22 de septiembre de 2010

Era para esto

Acabo de llegar a la oficina, y casi en el acto llega este mensaje de texto a mi teléfono:

"papa le puedes pedir a tu profesor permiso para venir un ratito"

Era Valentina. A ver, pienso, mi hijita nunca me pide que vaya a verla mientras estoy en el trabajo (me ha reclamado muchas veces que trabajo mucho, pero ese es otro tema), ¿por qué lo haría hoy? Debe tener muy buenas razones, pienso, debe ser urgente, debe ser importante. Entonces llamo y le pregunto a su mamá, pero ella no sabe; me dice que Vale hace un buen rato está en el teléfono escribiendo algo, y no quiere que le molesten, ha echado a Julito de su lado. Sigue en el teléfono, ahora está esperando respuesta. Leo de nuevo el mensaje. Me provoca ternura. En esa línea aparentemente simple se esconden inocencia, esperanza de que le haga caso y también temor a que le diga que no. Entonces le envío un mensaje: "iré".

Y viene el consabido teatro para salir del trabajo, ni me acuerdo qué excusa di, pero llegué cerca del mediodía. Sorpresa general, alegría de Valentina:

- Pensé que no ibas a venir, pero viniste.
- A ver reinita, ¿para qué querías que viniera?
- Es que ya terminé lo que me pediste, ¿recuerdas?
- Sí, sí me acuerdo -le miento, pero no tenía idea de qué era-, ¿era para eso?
- Sí, bueno, acá está, toma:





Y comprendí todo. El día anterior Valentina me había dicho que que iba a hacer un dibujo y yo, como decir cualquier cosa, le dije que me gustaría tener un dibujo muy lindo. Sin saberlo, le encomendé una tarea importantísima que le tomó toda la tarde, hasta que se durmió, por eso al despertase hoy, lo primero que hizo fue llamarme.

De modo, pienso, que tenía una buena razón, de modo que era urgente, era importante. Hice bien en ir, pienso. Pienso. Qué afortunado soy.


viernes, 10 de septiembre de 2010

Ser papá

Ser papá, qué duda cabe, me ha cambiado la existencia. Parece un lugar común, y hasta me da cosa escribirlo, pero a nadie se aplica mejor. Ser papá me ha hecho menos egoísta, he tenido que renunciar al hedonismo, aprendido a compartir. Debuté el mismo día que tú, Vale, así que vamos a la par. Con Julito ya tenía 'cancha', como se dice popularmente, pero son distintos los dos, y lo que servía contigo no siempre cuajaba con el pequeñín. Menos ahora que es un bólido con combustible para todo el día.

Ahora hay una situación más o menos nueva: Vale ya no me presta tanta atención. Es decir, la atención de antes, cuando mi presencia anulaba todo lo demás y sólo tenía ojos para mí. Entonces saltaba y corría y no se apartaba. Ahora no. Ahora que múltiples cosas ocupan su tiempo, su atención, yo he pasado a un segundo plano, o a un tercero, a veces, y ya sólo me llama cuando necesita ayuda, o tiene algo muy importante para mí. Anoche, sin ir muy lejos, ella iba a dormir con su Tita, o sea, la mamá de Eve. Y mientras salía se olvidaba de algo:.

- Hijita, ¿y mi besito? -le dije.
- ¡Muac!. Voladito nomás porque estoy apurada -me respondió. Y se fue.


De modo que ahora sólo Julito me hace fiesta cada vez que llego, Vale prefiere quedarse con lo que está haciendo.

Desde que naciste hemos estado sin descanso al cuidado de ustedes, sin solución de continuidad, porque pronto nació Julito. Ahora ya eres relativamente independiente, hijita. Pronto tu hermanito seguirá el mismo camino de 'echarme a un lado' y el cambio sí será definitivo. ¿Entonces? No sé. Yo no sé muchas cosas, y no sé si lo hago bien, hijos. A ser papá hay que aprender sobre la marcha. Si un día me evalúan, ¿aprobaré?


viernes, 27 de agosto de 2010

El miedo interior

A veces, hijos, sobre todo cuando viajo, tengo miedo de dejarlos tan pequeños, ¿qué va a ser de ustedes si me pasa algo? Ya no es lo mismo subirme a un avión, coger un bus que a toda velocidad irá serpenteando por una carretera. Ya no da lo mismo estar o no estar cuando llegue la mala hora. Ahora tengo miedo.

Se siente como un cubito de hielo en el estómago, es un no saber qué, no se puede calmar, no puedo dejar de pensar. Es una ansiedad bastante tonta que me asalta cuando tengo que viajar, durante todo el viaje. Y sobreponerme no es fácil. Hace falta volver, verlos de nuevo, poder decirme "bien, ahora no fue".


Un espejito

- ¡Valentina, no sabes!
- ¿Qué, papito?
- Hoy hay una fiesta y estás invitada -le dije, con la voz muy animada y festiva-. ¿Quieres ir?
- No.
- Pero va a estar muy divertida, con payasos y mago.
- Mejor no, estoy leyendo mi libro.

Conforme va creciendo, Valentina expresa sus opiniones con más vehemencia.  Y a veces no se le antoja ir a una fiesta, pues.  Fue necesario una charla más convincente de su mamá, y aun así salió con las ganas a medias, más resignada.


A su Eve no le gusta que sea así, pero yo pienso distinto.  A mí tampoco me gustan las fiestas, corazoncito, el gentío, las reuniones, la pachanga y el baile no me van, prefiero un libro.  Y ver en ti las actitudes que yo tenía de chico me da un no sé qué de gusto, aunque tengo que ocultarlo de tu mamá porque a ella no le cuadra para nada que sea así.  Yo me veo en ti en muchas cosas, hijita, como guardarse los sentimientos, como perder la paciencia, como ser obstinada; eres como un espejito que me refleja de chico, el espejito más bonito.


lunes, 23 de agosto de 2010

Valentina

Y por supuesto, también una fotografía de mi princesita, Valentina, mi adorada hija.

Foto de Julito

Esta fotografía de Julito es reciente.  Se supone que la mancha negra de su mejilla es una arañita, pero -ya saben- un niño no está quieto... ¿no es lindo?


miércoles, 18 de agosto de 2010

Mi niña crece

El otro día llegué de trabajar un poco más temprano de lo acostumbrado, "los voy a sorprender", me dije. Cuando llegué a la casa había una iluminación inusual, olor a plátanos fritos y café: había visita. Estaba allí una compañerita de Valentina y su mamá. "Buenas tardes, señora; hola Evita".

Valentina y Julio César estaban con la niñita, pero sólo el pequeñín me prestó atención. "Hola hijita", le dije, esperando que venga como siempre a darme un besito, pero me contestó de lejitos nomás, "hola papito".

Cuando se hubieron ido, entré corriendo y cargué a Vale:

- Ven acá mi amor, quiero cargarte hace ratos y apapacharte, pero no querías, ¿por qué no querías?- le pregunté.
- Ahora sí me puedes cargar, papito, hace rato no porque Camila iba a pensar que soy bebita, y yo soy niña.

¡Plop! Quedé pasmado, como dice el genio en Aladín, ahora sí me aborregué.


martes, 6 de julio de 2010

Alborotando el gallinero

Cuándo no, papá olvidándose las cosas. Hoy tenía que traer un documento muy importante y lo dejé olvidado. Ya en el trabajo lo recuerdo y el problema. ¿Cómo lo traigo? En un segundo pasan las opciones, pedirlo a Eve, enviar a alguien, que lo remitan por fax, o que lo escanéen para enviarlo por e-mail.... Todos tienen algo en contra que hacen el afán más grande que el beneficio. No queda otra, papá tendrá que ir. En otro segundo nuevas opciones, salgo a la 1, vuelvo a las 3 si es en bus; en taxi, llegaré como mucho a las 2:30 pero cuesta 30 soles. No. Ya, qué queda. Ir y volver en bus, salgo a la 1, vuelvo a las 3.

Allí voy, salgo a la 1, el bus no se sale de su cronograma y llega a las 2. Sorpresa general.

- ¿Qué haces aquí?-, me pregunta Eve.
- Vine por una notificación que me olvidé. Uy, Julito está dormido, que pena.

Vale ya está aquí.

- ¿Papito, hoy es sábado?-, está con un resfrío a cuestas, pero contenta, le entra la locura y ríe, corre, yo corro detrás de ella a hacerle cosquillas.
- No hijita, es martes.
- ¿Entonces por qué has venido temprano?
- Porque papá se olvidó un papel muy importante.
- ¿Qué papel?
- Uno que dice que me quieres mucho-, le miento, y lo que oye le hace sonreír.
- ¿Ya almorzaste?- Eve está detrás de mí mientras busco el documento olvidado.
- Ni michi-, le contesto, correteando detrás de Valentina, que no para de reír, mientras sus mamá me sirve un estofado bien rico.
- Ven a comer conmiguito, hijita.
- No-, y muerta de risa sale corriendo, y yo la persigo para traerla de vuelta a la cocina, la traigo cargada y haciéndole cosquillas, dándole mil besos a mi hija querida, ella se retuerce y alcanzo a comer tres cucharadas antes que Vale salga corriendo de nuevo. Entonces aprovecho para conversar con Eve.

En esas se me pasan 15 minutos, ¡es tarde!, me olvidé de la hora, cuándo no papá olvidándose de todo. Devoro lo que queda del almuerzo, bebo un vaso de chicha y su yapa.

- Hijita, ya me voy a trabajar-, viene el consabido puchero, pero ella entiende. En mi camino a la puerta escucho el quejido de Julito; se ha despertado con tanta bulla y está de mala gana.

- Hola hijito, ¿cómo estás, papá? Ven mi rey, 'da' papá, 'da' papá-, y le alzo. Él se retuerce, se despereza, me abraza. Me recuesto un ratito en la cama y hablo con él, le doy muchos besos a mi hijo adorado y le digo que ya me voy a trabajar. Me despido de Eve y salgo. Pero Vale viene corriendo detrás de mí gritando que no.

- No qué, mi amor.
- No te vayas.
- Tengo que volver hijita, vine sólo un ratito-, de mala gana se resigna. Ya voy de nuevo a la puerta y Julito me llama, le doy más besos y le digo que me voy a trabajar, más besos para Valentina también.
- Ya, entonces me traes un ludo, damas y...
- Y dado-, le termino la frase.
- No, bingo-, me corrige Vale.
- No, ludo, damas y dado.  Los tres tienen "d".  Bingo no tiene "d"-, le digo, y ella se queda pensando.
- No, me traes ludo, dama y bingo.
- Ya.
- Pucha, los dos están pilas. Me vienes a alborotar el gallinero-, me dice Eve sonriendo.

Desde la calle logro oír el llamado de Valentina. Me da pena dejarla así, pero no hay otro remedio, lo bueno es que no es serio, y se le pasa pronto. Voy de prisa a tomar el bus. Ya es tarde, no voy a llegar a las 3. De todos modos tendré que tomar un taxi, pero será a medio camino, para que sea más barato, en un punto que sí me permita llegar a las 3.  Cuando no, papá olvidándose de las cosas, pero no me olvidaré de lo que me pidieron.

Cuando por fin tomo asiento en el bus, me acuerdo lo que me dijo Eve, "me alborotas el gallinero". Sí, lo alboroto. Alborotarte el gallinero me hace feliz.

lunes, 21 de junio de 2010

El libro secreto de Papá y Velentina

Una de las cosas recomendadas por la psicóloga era esta: dado que Vale tiene necesidad de llevar todo en perfecto orden, debo ser yo una especie de "válvula de escape". Entonces, había que hacer este ejercicio: tener un libro de tareas que ella sólo desarrolle conmigo, sin la intervención de su mamá. Un libro donde no haya reproches por las equivocaciones, donde errar sea la norma. Ese será el Libro Secreto de Papá y Valentina.

Y me dí el trabajo de buscar el libro, pero no lo encontré. Eve, que ya sabía que no lo iba a encontrar, lo buscó y me lo compró. En realidad, compró dos. Esa noche íbamos a comenzar a desarrollarlos, pero nos entretuvimos rellenando las tapas: nombre, dirección, teléfono, etc., etc. Una hora en que Valentina escribía a veces al revés, dibujaba flores y mariposas y pintaba el cuaderno sin que nadie le corrija. Al principio se detenía ante un error, esperando que yo dijera algo. Y en efecto, se lo decía: sigue, mi amor, no pasa nada.

Y seguía. Pronto aprendió que, si hay un error, no pasa nada. Y primera gran revelación, en una de esas dijo:

- Papito, cometí un error, pero no pasa nada. ¿Acaso va a ver la mamá, acaso va a ver la miss Rosita? No. Es el Cuaderno Secreto de Papá y Valentina-. Esto entristeció a Eve cuando le conté, porque los cuadernos de nido sí que están en orden y bien llevados, entonces va captando que Vale aprendió el orden de ella, pero llevándolo al extremo.

Anoche también estuvimos con el cuaderno. Tampoco desarrollamos nada porque Vale decidió que primero había que enumerar las tareas, y a eso nos dedicamos, además de dar un pequeño retoque a las tapas porque mi nombre no aparecía, siendo los cuadernos de los dos.

Entonces el ejercicio resulta. Los cuadernos parecen de una niña de tres años o menos, la edad que mi Valentina -dice la psicóloga- extraña porque entonces todo era más fácil para ella. Entonces estoy haciendo bien mi trabajo. Y eso me alegra.

martes, 8 de junio de 2010

¡Háblale!

- ¿Usted le habla a su hija? -Preguntó a quemarropa la psicóloga apenas me tuvo al frente.
- Sí, por supuesto-, dije yo, la pregunta me desconcertó.
- ¿Cómo le habla?
- No entiendo la pregunta.
- ¿Le habla como a una niña de cuatro años?
- No, le hablo como mi hijita, mi niñita, mi Dodita.
- Muy bien. Olvídese de eso por ahora y háblele como a una niña de cuatro años, que entiende perfectamente lo que usted le dice, y que no necesita un papá consentidor sino uno con autoridad, porque esa autoridad le va a dar seguridad.

Y así, fulminándome de un plumazo, comenzó mi sesión con la psicóloga.

Valentina había tenido un comportamiento muy raro toda la semana pasada, diciendo que veía un sueño feo siempre a la misma hora, que le odiábamos pero fingíamos quererla, y que no se quería morir. Todo eso en medio de un aburrimiento crónico que no rompíamos con nada. Al desconcierto inicial siguieron la búsqueda de causas y soluciones, primero caseras, como rezar antes de dormir hasta el consabido huevo, obra de mi madre.

Pero Vale no hacía más que empeorar y ahí sí nos preocupamos.  Incluso tenía miedo de ir a dormir por temor al sueño de marras que nunca recordaba.  Me di a buscar un psicólogo y en esas andaba cuando Vale tuvo una crisis de llanto e histeria en la que decía cosas horribles e inconcebibles para una niña de su edad.  Ese día Eve ya de impotencia acabó llorando con ella.

Y entonces recordamos a una psicóloga que el nido había recomendado el año pasado; sin pérdida de tiempo Eve llevó a Vale.  El diagnóstico era grave.  Si seguía en ese camino tendremos que recurrir a medicación para controlar la ansiedad que tiene.  Desde esa noche Valentina durmió mejor, a los dos días quien asistió fui yo.  Ahí me dijo cosas duras pero importantes:  "Necesita un cambio de disco duro", "usted tiene que ser válvula de escape para ella", "usted tiene que darle seguridad", "olvídese de su hijita porque ya creció", "con usted ella debe romper las reglas y el orden en que le gusta estar" y "sobre todo, ¡háblale!, perdón, háblele claramente, como a una niña, ella le entenderá".

Quedé pasmado.  La psicóloga me dejó solo, mientras iba a otra habitación a conversar con mi hija.  Me dieron ganas de llorar pensando que éramos culpables de todo lo que sufría Valentina, porque tener ansiedad es sufrir, es vivir aguardando algo que no llegará, es temer algo que ignoras y que probablemente no existe, pero le temes, es estrés, es sufrir.  Y sólo tiene cuatro años.

Cuando volvió la doctora, toda mi cabeza era un remolino, y otra vez pareció que me fulminaba:
- ¿Le habla al hermanito de Valentina?
- Sí...
- ¿Cómo bebito?
- No, a él le hablo como a niño-. Y me sorprendí a mí mismo, porque es cierto.
- ¿Y por qué la diferencia?
- No tengo respuesta para eso.

Y transcurrió la sesión.  Casi dos horas me tuvo allí, mientras Valentina estaba en otra habitación.  "Es grave, pero estamos a tiempo de corregir todo.  Le voy a dar consejos que debe cumplir al pie de la letra.  En unos años, cuando sea más grande, no podrán controlarla, de modo que ahora es cuando hay que trabajar, y sobre todo, no se olvide, háblele".

Y eso vamos a hacer hijita.  Eso es lo que voy a hacer.  Tú has crecido.  Es hora de que yo crezca contigo también.  Te lo prometo.

lunes, 7 de junio de 2010

Dodita

- Papá, ya sé porqué me dices Dodita.
- ¿Sí? ¿Y por qué?
- Mamita me contó. Dice que cuando era bebita me hacías dormir cantando "arrorró mi niña, arrorró mi amor, duérmete pedazo de mi corazón". Y de ahí, cambiaste "arrorró" por "adodó", y de ahí quedó "dodó", y de ahí "dodito" y como soy niña me dices "dodita".
- Sí, por eso te digo Dodita, ¿te gusta?-. Yo, la verdad, me había olvidado de esa historia.
- Sí, me gusta papito.

Por eso mismo lo pongo acá, hijita. Para que no se vuelva a perder.


viernes, 4 de junio de 2010

Julito y los aviones

Hace tres días, mientras regresaba de almuerzo al trabajo, vi a un vendedor ambulante con unos aviones de plástico.  Julito gusta de los aviones, varias veces hemos ido a las afueras del aeropuerto a contarlos mientras despegan y soy un experto haciendo avioncitos con el lego, que él cuida con primor:




Y juega con cuidado, aunque la verdad siempre se le acaban cayendo las piezas, entonces con cara de alarma recurre a mí para la correspondiente reparación.  Y como Valentina no se entusiasma mucho con los aviones, no hay competencia.


Decía que hace unos días encontré un avión de plástico y lo compré.  Ya dormían cuando llegué, de modo que a la mañana siguiente cuando, no bien abrió los ojos, se lo entregué, Julito quedó encantado.


- Julito, ¿qué esto?
- Viommmmm.
- Valentina, mira lo que trajo la señora que apaga la luz para Julito-. Valentina no dijo nada, pero inmediatamente levantó su almohada buscando su regalo... sin hallarlo.  No pensé en esto cuando Eso sí me dio pena.


Bueno, desde entonces Julito hacía 'volar' al avión día y noche, llevándolo con la mano alzada y haciendo el ruido de los turboreactores con la boca: shhhhhhhhhhhh.  Pronto, prontísimo, Julito aprendió a quitarle las alas, la cola y los motores al avión -un Jumbo, para más señas- y a colocarlas de nuevo, y pronto se aflojaron.  Todo esto ocurría días antes de su cumpleaños.  Cuando el 18 de mayo llegó, lo hizo también y el nuevo rey de los cielos: un avión a control remoto con luces y cuyo sonido sería la envidia de un jet verdadero.


Siempre sucede en los niños que el juguete nuevo deja en el olvido al viejo.  Más si aquél es más grande, vistoso y bonito que éste.  En efecto, el viejo Jumbo, sin alas, cola ni motores, fue a dar a la caja de juguetes viejos, mientras el bimotor con luces se ha convertido en el preferido de mi adorado hijo, que también se ha olvidado de los avioncitos de lego.  Y aunque juguete no tiene nada de suave y sí mucho de duro, Julito duerme abrazado a él.

jueves, 3 de junio de 2010

Madrugar, madrugar, de padres es madrugar

- ¡Papá! ¡Papáaaa!-. Los gritos de Valentina me despertaron a las cinco de la mañana.  Caminando medio dormido llegué hasta su cama y me dijo, rebosando de alegría:
- Ya, papito, vamos.
- ¿A dónde, hijita?
- Al nidito pues, ¿no ves que ya amaneció?
- Hijita, todavía no amanece.  Ven, mira por la ventana, el sol todavía está durmiendo.
- Y porqué no amanece, yo quiero que amanezca-. Ahora sí se enojó Valentina.
- Ven, vamos a dormir juntitos hasta que salga el sol.
- No, tengo una mejor idea: mejor jugamos hasta que salga el sol -yo temía esto, ahora no me salvo-; ponte de espaldas -yo cumplo su orden.
- ¡Cabeza a la pared!

Y ahí va Valentina, a subirse a mi pecho para alcanzar las varas de aluminio que adornan la cabecera de su cama, y de las que se cuelga haciendo piruetas, mientras yo tengo que estar atento por si acaso, y listo cuando quiera bajar, cuando se canse, mientras el resto de mortales sigue durmiendo plácidamente a las cinco de la mañana.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Mi Papaíto adorado

Tú viniste casi una hora más temprano que tu hermana, a las 7:20 de la mañana, aunque anotaron 7:30 por pura inercia, pero eso no tiene importancia.

Y claro, cuando llegaste, tu hermanita, que ya sabía, se puso más celosa de lo que creíamos porque la mamá te cargaba más tiempo. Tu ñaña había pedido ser cargada también por mamá, pero ella le dijo que no podía. No le gustó mucho, pero ya le pasó.

Hay que haber estado ahí para oír el grito que pegaste al llegar.  Grito alto y fuerte, como el que sigues utilizando para mostrar tu enojo.  ¿Imaginábamos que cuando te enojarías, ibas a gritar tan alto?  No, en realidad no imaginábamos nada porque teníamos cierta experiencia en esto de los niños.

Bobos fuimos.  Tú resultaste ser una experiencia completamente nueva.  Cada aspecto que creíamos conocer tuvo, contigo, un cariz distinto, igual de hermoso, pero nuevo.  Claro, hace dos años no podíamos imaginar esto, por eso cuando hace dos años, cuando viniste al mundo, hijito lindo, mi Papaíto querido, no me imaginaba haciendo aviones para ti.

jueves, 22 de abril de 2010

Fotos, fotos

Ea, vamos a alegrar un poco este blog.  Ahí van unas fotos de mis adorados hijos.  Julito ya no está tan pequeño como se ve... ocurre que seleccioné algunas de mis fotos favoritas para enmarcarlas.  Ya habrán fotos recientes.
















lunes, 12 de abril de 2010

Tu nombre es Julio César

Julito aún no va al nido, ni a la estimulación temprana, ni a nada de educación regular. Valentina sí asistió desde los diez meses a la estimulación en un nido y, con un breve intervalo, ha continuado hasta que ahora ya asiste al jardín de niños porque es obligatorio.

Este trato distinto entre los dos obedece a que no es bueno que los niños dejen el seno del hogar a tan temprana edad. A veces los padres, por querer dar lo mejor a nuestros hijos terminamos haciéndoles daño. Valentina resultó una niña inteligentísima, casi un prodigio en el aprender, y a los tres años estaba en el nivel de niños de seis. Pero no todo era lindo: le era sumamente difícil hacer amiguitos, no se integraba a grupos de niños de su edad y es fácil saber porqué: como sabe más, el resto se aburre con ella y ella se aburre con el resto. Y los niños más grandes no le hacían caso porque era muy chiquita. Y nos partía el alma ver que todos jugaban con todos y ella jugaba solita; estaba en grupo, pero sola.

Una psicóloga nos hizo ver el error tremendo que habíamos cometido. Y la solución consistió en cambiar de nido y enfocarnos en actividades grupales. De ese modo, el año pasado la trasladamos a un nido estatal en pos de gentío y espacios libres. El cambio fue notorio. Dejó de regresar con el uniforme limpio, y en cambio llegaba sucia, sudorosa, cansada, llena de anécdotas para contar y, a veces, con un moretón producto de sus juegos y correrías; le perdió miedo al columpio y a la resbaladera. Las pasadas vacaciones ha hecho cursos de marinera y natación.

Por todo lo dicho, con Julito hemos seguido el consejo de la psicóloga, y él no asiste a ningún lugar. Sin embargo, ya casi con dos años encima y más travieso que zorro en gallinero, hemos pensado que podría asistir a algunas clases breves para niños de su edad. Debido a ello, un nido muy lindo nos había invitado a una clase de demostración para que experimentemos sus métodos. Todo fue muy bien hasta que....

Aquí viene la anécdota. En medio de una canción en la cual cada niño debía responder a su nombre, Julito fue no contestó. Repitieron la estrofa para él y nada, para vergüenza de su mamá.

- ¿No sabe su nombre? -preguntó la profesora-. ¿Cómo le dicen en casa, señora?
- Le decimos Julito-. La verdad, es que hasta ese momento no habíamos reparado en ello, y le decíamos, en efecto, Julito. Pero también Papaíto, Pachi, Papo y Papayo; y Valentina tendría que agregar Ñaño.

Desde entonces hemos restringido el uso de los diminutivos y sobrenombres de cariño, para pasar a decirle Julio César.  Sólo que el cariño se transmite también por la forma cariñosa de llamarlo y ahora decirle Julio César a secas se me hace algo impersonal.  Pero no importa.  Después de todo es un lindo nombre.

Tu nombre es Julio César, hijo.  Julio César.  Como tu padre, como tu abuelo, como mi abuelo.

sábado, 10 de abril de 2010

Contar, contar

El domingo pasado tuve que ir al aeropuerto a depositar directamente un sobre muy urgente. Como otras veces que hice lo mismo, llevé a Julito para detenernos a mirar los aviones que despegan del Jorge Chávez.  A él le encantan ver los aviones, y los señala en el cielo incluso cuando mis miopes ojos ya no los ven.  Esta vez tuvimos suerte y vimos un avión enorme, de aquellos que vuelan a Europa.  Cuando regresamos su mamá le pregunta: ¿Cómo vuelan los aviones, hijito? Y Julito levanta la manito abierta y hace "shhhhhh".

Esta vez, sin embargo, fue diferente.  Primero, por poco no me dejan ingresar, porque en el lugar hay montacargas, camiones, grúas y otras cosas, y no puede estar un niño allí.  Yo protesté diciendo que era el cuarto domingo consecutivo que iba allí con mi hijo y nadie me dijo nada antes.  Me dejaron ingresar a condición que no dejara de tenerlo en brazos ni un minuto.  Igual, jamás soltaría a mi hijo en un lugar como ese.

La sorpresa mayúscula fue en la caja.  Pagué con un billete y me dieron cuatro monedas de vuelto.  Mientras firmaba la factura con la mano libre, Julito, mirando las monedas, y señalándolas con el dedo, dijo:

- Un, dosh, te, ato.

Quedé de una pieza, y la cajera se deshizo en elogios.  Julito ha aprendido a contar, luego supe que hasta cinco.  Y se ve la dedicación que Eve le da a nuestros hijos.  Julito también aprenderá a leer y escribir a los tres años, como su hermana, todo por obra de los juegos de su mamá.  Comencé a reír de gusto y le dije otra vez, uno, dos, tres, cuatro.  Pero la cajera también le pedía que cuente y se avergonzó.  No quiso más.  Y con eso me retiré.

Afuera vimos más aviones, pero eran todos pequeños.  Julito se arrulló porque ya tenía sueño.  Yo busqué un taxi y fuimos a casa.  Mañana no tengo nada que enviar, pero de todas formas iremos a ver aviones, esta vez los contaremos, ¿ya hijito?

Venga Listonina

El año pasado Valentina nos pidió una mascota. Un gatito, o un perrito, de preferencia gatito. Pero no tenemos espacio para un cuadrúpedo en la casa, y menos todavía disposición para atenderlos, que con los dos niños ya es bastante. Pero Valentina superaba esas observaciones prometiendo que ella misma lo cuidaría.

Por esos días aterrizó en la casa un periquito australiano, escapado quién sabe de dónde, y tan agotado que se dejó atrapar allí mismo. Literalmente del cielo vino la solución de una mascota. Compramos una jaula y otro periquito para que se hagan compañía. Un par de semanas Valentina se ocupó de su alimento y agua, mientras Julito mostraba su cariño por ellos dando escobazos a la jaula. Luego, sucede con todo niño, los olvidaron. Y los pericos siguen allí, para enojo que Evelyn porque ensucian más que un perro, me parece.

Ahora Valentina tiene una nueva mascota. Se trata de un perrito de peluche que le compramos hace un par de años. Lo usó unos días y luego pasó a otra cosa. Hace unos dos meses volvió a encontrar el perro, y decidió que era su hijita y le puso por nombre Listonina.

- ¿Y por qué Listonina, hijita?
- Porque es muy lista, papito. Así como yo me llamo Valentina porque soy muy valiente, ella se llama Listonina porque es muy lista, ¿entiendes?
- Sí, hijita, entiendo.


Y así, Listonina hace dos meses es inseparable de Vale a la hora de dormir, y también provoca su llanto cuando en medio del juego Julito coge al perro que "está" durmiendo o comiendo y lo arrastra por toda la casa.

Aunque también tiene una coneja de peluche, llamada Rapidina, y quiere adoptar al Winnie Pooh de Julito (pero allí sí que hay conflicto, porque el pequeñín no se deja quitar el peluche), es Listonina con quien más se ha encariñado Vale, y se entristece cuando no la encuentra para dormir, o está en el tendedero tras haber sido lavada. 

Así sea.  A mí me divierte verla jugar a la casita o la comidita con su peluche.  Y me tengo que callar la boca y apagar el televisor cuando la pasea por el cuarto para que "se duerma".  Solamente hay un problema con Listonina: es perro, no perra.  Pero Vale lo  solucionó adornándolo con dos ganchitos de pelo... en las orejas.

martes, 6 de abril de 2010

La señora que apaga la luz

- Ahora que lo pienso -dice Valentina con su deliciosa forma de hablar-, hace tiempo que la señora que apaga la luz no me trae nada.
- Será porque ya no te acuestas a las siete -le contesto yo.
- No. Debe ser porque está muy ocupada -retruca la muy viva.

Este diálogo tuvo lugar el domingo. Y hoy una lectora muy amiga mía me ha hecho recordar que en un blog anterior, había yo mencionado a la señora que apaga la luz. Ahora toca decir quién era

Dormir temprano es una de las buenas costumbres que la vida de hoy nos ha quitado; por otro lado, Eve y yo creemos que la noche no es para los niños, y que ellos no tienen nada que hacer a las ocho o nueve. Por eso, cuando Vale cumplió dos años pasó a su propia habitación, tuvo que aprender a acostarse a las siete de la noche y a dormir sola. Eve con paciencia fue cambiando en Valentina el hábito de dormir a la hora que tenía sueño por el de buscar el sueño a la misma hora. Y fue Eve porque cuando yo intentaba lo mismo, Vale no me tomaba en serio y acabábamos jugando en la cama, hasta que yo me quedaba dormido.

No tardó mucho en aprender, pero tuvimos que enfrentar los clásicos reclamos: "no quiero dormir", "no tengo sueño" o "quiero jugar". Y Eve zanjó esa batalla una buena noche con una advertencia: o te duermes, o viene una señora y te apaga la luz. Funcionó al principio, hasta que un día Vale se puso a llorar porque temía a la señora que apaga la luz. Sin querer, inculcamos en nuestra hija el miedo a algo desconocido, y ahí sí que nos sentimos mal.

Entonces Eve, con su maravilloso don para tratar a nuestros hijos, ideó un cuento en el que la señora que apaga la luz no es malvada como creía Vale, sino una especie de hada buenísima que visitaba a todos los niños, dejando regalos a los que se acuestan a las siete, apagando la luz para que no la vieran, y yéndose triste a otra casita si la niña está despierta.

Para probar, Vale se acostó temprano esa primera noche, cuya fecha se me ha olvidado. A la mañana siguiente, sus galletas favoritas estaban debajo de su almohada. Puso una cara de sorpresa que no esperábamos. Sucesivamente, pero no a diario, ni siquiera con mucha frecuencia, la señora que apaga la luz dejaba ganchitos, chocolates, lápices de colores, juguetitos y mil cosas más cada vez que Vale se dormía a las siete. Su afán por estar en la cama puntualmente le llevó a aprender a reconocer las siete en el reloj mucho antes de los tres años, y era un chiste verla pedir que le cambien la ropa, le laven los dientes y le ayuden a hacer pichi porque ya el palito chiquito está en el siete y el palito grande está llegando al doce...

Hemos mantenido viva a la señora que apaga la luz durante todo este tiempo. Y vaya que fue de ayuda para inculcar en Vale el hábito de dormir temprano. Caló tan hondo en su cabeza que cuando Julito nació, Valentina, entre otras cosas, le aconsejaba dormirse temprano para que también recibiera regalos. Y corría a comprobar en la cuna del recién nacido que no había premio porque nunca se dormía a las siete.

Ahora, que ya tiene más de cuatro años, ha dejado de dar importancia a los regalos de la señora que apaga la luz porque prefiere ver su programa favorito que termina a las siete y quince. Se lo permitimos sin problemas porque no es tanta la diferencia. Yo sé que al crecer poco a poco la dejará de lado, y me da pena. Pero no tan rápido. Aún hoy, Julito duerme a la hora que tiene sueño, pronto cumplirá dos años, y Eve se dará a la tarea de inculcarle el hábito de acostarse temprano y dormir en su habitación. Y la señora que apaga la luz volverá con regalos para Julito, y Valentina querrá más regalos que su hermano, de modo que esa dulce hada salida de la imaginación de Eve, tendrá una nueva chance de despertar la ilusión de mis hijos. 


miércoles, 17 de marzo de 2010

Pachi

Valentina, cuando aprendía a hablar, inventaba formas de llamarme. Supongo que todos los niños hacen eso. De decirme 'papá' pasó en poco tiempo a 'papán', y de ahí a 'papún'. Me gustaba mucho 'papún' y su diminutivo 'papuncito'; ya no recuerdo en qué momento dejó de llamarme así.

Julito también ha inventado un modo de referirse a mí. Cuando me llama a viva voz emplea el consabido 'papá', pero cuando jugamos o le preguntan quién soy, responde 'pachi'. ¿Pachi? Sí. ¿De dónde sacó eso? Vaya uno a saber. La cosa es que para él soy 'pachi'.

Yo sé que un día se va a olvidar de llamarme así, como se olvidó Valentina del 'papún'. Pero no me resigno; voy a grabarlo, voy a tener su vocecita graciosa llamándome 'pachi'; creo que tengo a Valentina también llamándome 'papún' en algún vídeo. Los voy a juntar. Los voy a escuchar siempre llamándome, llamándome de la forma que ellos inventaron.


jueves, 21 de enero de 2010

Quisiera...


A veces quisiera tener cámaras en los ojos.

¿Cómo si no podría tener para siempre la expresión de infinita felicidad de Valentina, acercándose a mí con una caja enorme que a duras penas puede cargar?, ¿cómo si no podría registrar su vocecita diciendo "feliz cumpleaños, papito"?, ¿hay alguna forma de que pueda ver luego cómo me ayuda a rasgar el papel de regalo porque yo no podría sin su ayuda?, ¿podría ver yo de nuevo sus hermosísimos ojos abriéndose redondos y grandes mientras descubro en la caja un par de zapatos?


Evelyn dejando que todo pase, aunque la otra caja de zapatos sea, según Valentina, regalo de Julito; pero él todavía no tiene conciencia de los días.  Valentina reclamará luego a su mamá porque ella no me dio regalo.

La felicidad es ese breve momento en que todo parece estar en equilibrio. Este momento es de una felicidad absoluta. Mis hijos junto a mí, mi Eve junto a mí. Los cuatro completamente felices. En este momento, al amanecer, nada hay mejor, ningún lugar más acogedor que esta cama en la que todos nos apilamos. El mejor cumpleaños de mi vida. Quisiera tener este momento para siempre. Quisiera estar siempre así, o por lo menos, quisiera poder revivir este momento siempre.

Quisiera tener cámaras en los ojos.


lunes, 18 de enero de 2010

Domingo

Yo no sé qué bichito les ha picado a mis hijos que este fin de semana se me han pegado como abejas a la miel. Yo, por supuesto, estaba feliz, aunque ello me llevara a consentirles cosillas que normalmente no deberían; en fin, por engreidor no he de ser mal papá. Del sábado no quedó mucho porque tuvieron control médico: los dos bien, pero Valentina baja de peso (esto no es novedad) y vacuna para Julito.

La cosa vino el domingo. Los dos ignoraron a su mamá casi por completo para estar colgados de mis brazos casi desde el amanecer. Desayuno con chicharrones a mi cuenta porque perdí una apuesta y luego a jugar dando vueltas todo el tiempo, ante la alarma de su mamá porque no se vayan a caer, o se le sale a Julito el desayuno por estar girando como loco.

Pero la diversión terminó temprano, el pobre de Julito hizo la fiebre ya prevista a causa de la vacuna. Y él, que de suyo es malhumorado, se puso insoportable. Aquí sí se acordó de su mamá. Pero Vale no se olvidó de la visita prometida a la vaca, así que los dos fuimos a la Granja Metro.

Así sin querer queriendo, o mejor dicho, sin haberlo planificado, he pasado un gran momento con mi Valentina dando de comer a chivos y carneritos, mirando cerdos y patos, y la vaca, por supuesto, que dio lugar a este curioso razonamiento:

- Papito, ya sé porqué hay leche en Metro.
- ¿Por qué hijita?
- Porque hay una vaca. Y las vacas dan leche. Pero como la vaca está sucia hay que limpiar la leche y así la podemos tomar. Ay, qué bueno que haya una vaca aquí.

Y pasando al hecho, fuimos también por la leche. Cuarenta y ocho cajas de leche evaporada son las que se toman mis dos cachorros al mes (ahora que lo pienso, pues no estaría mal tener esa vaca, jeje). Ya enla caja del súper tuve que esconder una caja de jugo de durazno, que Valentina había cogido para aplacar la sed. Y no la escondí por tacaño sino porque las 48 cajas de leche pesan casi 20 kilos que yo solito tenía que trasladar una vez que dejáramos la comodidad del carrito de compras; ya se ve que agregar un kilo y medio más de jugo de durazno no era una perspectiva que me animase.

Luego, con mis cajas de leche hicimos una visita a los juegos de siempre: sube y baja, castillos, resbaladeras y cama saltarina (o salta-salta, según Valentina). Aquí viene el jugo. Lo buscó en las bolsas y no estaba.

- Seguro la chica de la caja se lo escondió. Vamos a reclamarle, papá.

En el camino a reclamar encontramos un puesto de chicha, así que bebimos una hasta quedar con bigotes morados. Ahí se olvidó del jugo y pude llamar un taxi; adivinen qué vino: un VW escarabajo. Auto lindo si los hay, pero ahora prohibidos para taxi. Bueno, igual subimos. Valentina al verse adentro me dijo:

- Papito, es la primera vez que me subo a un huevito.

En casa Julito ya estaba mejor, pero desganado aún. No tuvo ganas de triciclo, pero Vale sí que pedaleó duro en su bicicleta. Yo le quité las rueditas de apoyo, pero aún no está lista para eso y las volví a poner. No duramos mucho en casa y nuevamente me fui con Vale a dar un paseo, del que regresó con un libro nuevo, y un rompecabezas para su hermanito.

En la noche, mientras la acompañaba para que se duerma, le dije:

- Hoy fue un día muy lindo, ¿verdad?
- No. Este día no fue lindo, no me gustó.
- ¿Por qué hijita?
- Porque la chica de la caja se robó mi jugo.
- Tengo una idea. Vamos a rezar para que la señora que apaga la luz nos traiga otro jugo, ¿ya?
- Ya.

Y rezamos. A la mañana siguiente, debajo de su almohada, estaba su jugo. Y en su rostro, su sonrisa.


P.D.

En otro post contaré quién es la señora que apaga la luz.



miércoles, 6 de enero de 2010

Bajada de Reyes

Anoche, mientras apuraba los últimos asuntos del trabajo antes de salir, timbró mi teléfono.

- No compramos ningún regalo para los chicos-. Era Eve.
- ¿Y por qué debemos comprar regalos?
- Por bajada de Reyes. Valentina ha puesto sus botas debajo del árbol de navidad, también los zapatos de Julito y ha escrito una carta. ¿No les puedes comprar algo?-. Di un suspiro.
- Sí, acá cerca hay un Metro.

A mí no me gusta recibir encargos de Eve porque siempre me sale mal; pasa en cualquier situación: con comida, con mandados en el mercado, hasta con ganchitos de pelo. Sospeché que esta vez no iba a ser distinto, pero de todos modos me comprometí a buscar el encargo: para Vale, Alicia en el país de las maravillas, de cierta edición que yo ya conocía. Para Julito, rompecabezas de madera de 10 piezas y alto relieve.

De modo que fui a Metro en busca de los regalos, pero ese mercado (el que está en Gregorio Escobedo) no tiene una sección de libros. Hay que ver lo bien surtida que está de cervezas y de vinos, pero libros, ni uno sólo. Abandoné ese lugar y caminé las 5 cuadras que la separan de otro Metro, el de Pershing, pero allí los libros se reducen a tonterías para dummies, comequesos y porquerías de autoayuda.

Al final, un negocio cerca de la casa tuvo el libro buscado, pero no conseguí un rompecabezas para Julito. Llegué a la casa y Eve me recibió con tartas de manzana con café, todo un manjar para mí. Vi los zapatos de mis pequeños en el arbolito y la carta, junto a un plato con galletas y un vaso de leche, para los Reyes. Eve me dijo que ya no le dejó a Vale poner agua para los camellos.

Me dirigí a la cocina en pos del postre, y ya atacaba el primer pedazo cuando Eve vino a reclamarme por el horrible libro que había comprado. Resultó que no era el que quería Vale, que ese no sirve, que no le va a gustar y etc., etc. Toda defensa fue inútil. Bueno, de todos modos, ya sabía yo que pasaría esto.

¿Y qué, se quedaron sin regalos? Nones, Eve salió a buscarlos por sí misma. Nos quedamos Julito y yo... y las tartas.

A la mañana siguiente, o sea hoy, Valentina corrió al árbol, vio que habían desaparecido las galletas y la leche y, a cambio, los zapatos estaban llenos de chocolates, caramelos y dos regalos. El de Vale, una pistola que dispara burbujas de jabón. El de Julito, un tablero con formas geométricas. Y en el nacimiento, tres Reyes Magos que no estaban la noche anterior miraban el pesebre.