Cuando nació no parecía. Creo que un mes después notamos algo, después ya era claro, y cuando empezó a caminar, su andar fue la prueba definitiva: cuando está de pie se ve como él, y camina con la misma cadencia. Mi hijo es un calco de mi padre. Querendón y buena gente, pero se trae un genio de aquellos, y no se necesita mucho para que se le caliente la chicha y frunza el ceño.
Anoche me vi acariciando a mi hijo mientras dormía. Me dio algún tipo de melancolía verlo dormir tan plácidamente, se ve que es un niño feliz. Y como antes con Valentina, anoche también me he visto prometiéndole que siempre estaré ahí para él, y le he dicho que él no me defraudará nunca. ¿Cuántas veces, papá, me has prometido lo mismo?
Las mías son aún promesas y tú has superado la prueba del tiempo. ¿Cuántas veces te he decepcionado, papá?, ¿cuántas dolor te he causado y he actuado como si no importara? Y tú permaneciste incólume; severo, indignado por mi causa, pero magnánimo. Ahora comprendo cuánto te dolían mis traperías y tropiezos, y cómo conjurabas ese dolor tú solo, sin que el resto viera que más que tu expresión dura. Sin embargo, tenías una fe inquebrantable en mí, y la certeza de que soy mejor de lo que yo mismo creo. En ti siempre tuve apoyo incondicional y una nueva oportunidad.
Pero sólo fui capaz de ver esto con la llegada de mis hijos. Prometiéndole en soledad al chiquitín todo lo mejor de mí, puedo imaginar las veces que me prometiste lo mismo y puedo ver cuánto me dolerá cuando mi hijo tropiece y lo duro que será para mí cumplir estas promesas que ahora hago.
Todo esto se me vino a la cabeza anoche, mientras dormía mi hijo. Verlo me hizo pensar en ti…, o mejor, viendo a Julito te veo a ti, papá. Él, quizá más que Valentina, me ha hecho conocerte mejor ahora que lo que te conocí en toda mi vida; me ha hecho admirarte más, amarte más.
A mis treinta años sigues guiando mis pasos, ya no con mano firme para empujarme de nuevo si me detengo, sino con el ejemplo de toda tu vida, con la lección dada de cómo ser padre, de cómo ser hombre. Un hombre bueno, querendón, y con un genio de aquellos, no se necesita mucho para que se te caliente la chicha, ¿eh Papaíto?, ¿Te acuerdas, papá, que te decía Papaíto cuando era niño?
Ahora le digo así a mi hijo.
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