Te diré que tu rutina es la siguiente: te despiertas a las seis (desde que naciste y hasta hace cuatro meses lo hacías a las 5 de la mañana, de modo que te agradecemos que duermas un poquito más) y comes papilla o tomas leche. El desayuno es a las ocho. A media mañana duermes dos horas. A la una viene el almuerzo, a las tres otra fruta, a las cinco lonchecito, a las ocho la cena. Una teta más para dormir, otra a media madrugada y comenzamos a las seis de nuevo. ¿Ves por qué Valentina te dice así?
En cambio a ti, Valentina, mi amor, hay que hacerte una misa para que comas. Qué manera de escaparse de las comidas. Hubo días en que hemos tenido que batallar para que almorzaras sólo tres cucharadas de cualquier cosa. Pero tu mamá es un modelo de paciencia para cuidarlos. Yo no podría con la dedicación que ella pone.
Y yo... bueno, hace quince días he tomado un segundo trabajo. Ahora ya no llego a la casa a las seis de la tarde, sino en la noche, y los encuentro dormidos. Sé que Julito me espera ansioso a las seis y corre a la puerta cada vez que escucha a alguien entrar. Sé que Valentina reza todas las noches para que vuelva temprano nuevamente. Sé que su humor ha cambiado y se estresan. Mamita está triste porque les veo poco ya además está cansada porque no llego temprano para ayudar a cambiarlos, alimentarlos y acostarlos, sobre todo a ti, hijito, que yo te hacía dormir todos los días, mientras la mamita acostaba a Vale. Sólo comparto con ustedes la media hora que tardo en alistarme para salir temprano en la mañana. Ustedes no pueden comprender todavía que tengo que trabajar un poco más porque hay cuentas por pagar. Estos meses han sido de continuas renuncias y, como dice Valentina, eso no es divertido. Será por poco tiempo.
Por eso prometo dar más. Para que mis ausencias en la semana se compensen los sábados y domingos, para que no estén tristes, y para que la mamita también se contente. Voy a ver cómo hago porque tiempo no tenemos. Y ustedes tres valen la pena.
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