lunes, 28 de diciembre de 2009

Navidad, Navidad, blanca Navidad

Este fue la primera Navidad que Valentina pasó despierta. Y Julito también. Es que los pusimos a dormir a las tres de la tarde, aunque no quisieron, pero durmieron casi cuatro horas para que no les ganara el sueño antes de medianoche. Y funcionó. Valentina había escrito una carta a Santa Claus con la lista de regalos que quería recibir, y escribió otra por su hermanito, que aún no escribe, con otra tanda de juguetes. Pobre Santa, con esa lista debe haberse quedado en bancarrota, jeje.

En fin, no pudo ser todo lo de la lista porque los regalos ya los teníamos pensados, aunque tratamos de acomodarlos lo mejor posible para que Valentina no notara la diferencia. A ver, Ken, el novio de Barbie, ya; un micrófono, ya; una muñeca cuyo nombre ignoro, no está, pero hay otra cuyo nombre también ignoro que es igualita y me vino de regalo en el trabajo. Y finalmente, no está la muñeca de Dora, La Exploradora que baila, canta y hace no sé qué más porque sencillamente no se vende en Perú, o la venden de segunda mano y a cambio de un ojo de la cara. Nones, hijita. No hay. Con esto se completó la lista de Valentina. Aparte recibió regalos del resto de la familia: muñecas, un castillo, ropa y un órgano. ¡Un órgano! Ya Eve me dijo que había que buscar dónde dan clases de órgano...

Julito, por la edad, claro, no estuvo tan exquisito con los pedidos. Valentina le hizo la carta a Santa Claus, pero no se ocupó de verificar si los juguetes eran o no eran los de la lista. De todos modos, me gustaron más los regalos de Julito: dos barquitos para armar y desarmar; un juguete de esos en los que presionas un botón y sale un perro, jalas una palanca y sale un gato, giras una perilla y sale una vaca, bajas una palanca y sale un pollo; una cabeza de Mickey Mouse para aprender los números del 1 al 5 y algunas cosas más.

¿Y los regalos para los papás? Bueno, yo no tengo muy arraigada la tradición de dar regalos, así que de buscar los regalos para los chicos se ocuparon ella, doña Nilda y Koki, que para eso tienen paciencia, pero compré un alisador y un rizador de cabellos para Eve y di en el clavo porque hacía tiempo quería uno de esos aparatos, sobre todo el rizador. Ya tiene los dos.

A mí, bueno, me regalaron una taza para tomar mi café con un mono de peluche dentro. Para mí, más que suficiente.

A la medianoche subimos a la azotea para ver los fuegos artificiales que están por toda la ciudad. Yo también encendí algunos, pero el mejor espectáculo era ver la sonrisa de mis hijos, maravillados con las luces de colores elevándose por todos lados, y estremecidos con el estruendo de los cohetes, bombardas y demás artefactos prohibidos. No tardaron mucho más en caer dormidos. Nosotros tampoco, la verdad.

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