Esta vez, sin embargo, fue diferente. Primero, por poco no me dejan ingresar, porque en el lugar hay montacargas, camiones, grúas y otras cosas, y no puede estar un niño allí. Yo protesté diciendo que era el cuarto domingo consecutivo que iba allí con mi hijo y nadie me dijo nada antes. Me dejaron ingresar a condición que no dejara de tenerlo en brazos ni un minuto. Igual, jamás soltaría a mi hijo en un lugar como ese.
La sorpresa mayúscula fue en la caja. Pagué con un billete y me dieron cuatro monedas de vuelto. Mientras firmaba la factura con la mano libre, Julito, mirando las monedas, y señalándolas con el dedo, dijo:
- Un, dosh, te, ato.
Quedé de una pieza, y la cajera se deshizo en elogios. Julito ha aprendido a contar, luego supe que hasta cinco. Y se ve la dedicación que Eve le da a nuestros hijos. Julito también aprenderá a leer y escribir a los tres años, como su hermana, todo por obra de los juegos de su mamá. Comencé a reír de gusto y le dije otra vez, uno, dos, tres, cuatro. Pero la cajera también le pedía que cuente y se avergonzó. No quiso más. Y con eso me retiré.
Afuera vimos más aviones, pero eran todos pequeños. Julito se arrulló porque ya tenía sueño. Yo busqué un taxi y fuimos a casa. Mañana no tengo nada que enviar, pero de todas formas iremos a ver aviones, esta vez los contaremos, ¿ya hijito?
No hay comentarios:
Publicar un comentario