martes, 6 de abril de 2010

La señora que apaga la luz

- Ahora que lo pienso -dice Valentina con su deliciosa forma de hablar-, hace tiempo que la señora que apaga la luz no me trae nada.
- Será porque ya no te acuestas a las siete -le contesto yo.
- No. Debe ser porque está muy ocupada -retruca la muy viva.

Este diálogo tuvo lugar el domingo. Y hoy una lectora muy amiga mía me ha hecho recordar que en un blog anterior, había yo mencionado a la señora que apaga la luz. Ahora toca decir quién era

Dormir temprano es una de las buenas costumbres que la vida de hoy nos ha quitado; por otro lado, Eve y yo creemos que la noche no es para los niños, y que ellos no tienen nada que hacer a las ocho o nueve. Por eso, cuando Vale cumplió dos años pasó a su propia habitación, tuvo que aprender a acostarse a las siete de la noche y a dormir sola. Eve con paciencia fue cambiando en Valentina el hábito de dormir a la hora que tenía sueño por el de buscar el sueño a la misma hora. Y fue Eve porque cuando yo intentaba lo mismo, Vale no me tomaba en serio y acabábamos jugando en la cama, hasta que yo me quedaba dormido.

No tardó mucho en aprender, pero tuvimos que enfrentar los clásicos reclamos: "no quiero dormir", "no tengo sueño" o "quiero jugar". Y Eve zanjó esa batalla una buena noche con una advertencia: o te duermes, o viene una señora y te apaga la luz. Funcionó al principio, hasta que un día Vale se puso a llorar porque temía a la señora que apaga la luz. Sin querer, inculcamos en nuestra hija el miedo a algo desconocido, y ahí sí que nos sentimos mal.

Entonces Eve, con su maravilloso don para tratar a nuestros hijos, ideó un cuento en el que la señora que apaga la luz no es malvada como creía Vale, sino una especie de hada buenísima que visitaba a todos los niños, dejando regalos a los que se acuestan a las siete, apagando la luz para que no la vieran, y yéndose triste a otra casita si la niña está despierta.

Para probar, Vale se acostó temprano esa primera noche, cuya fecha se me ha olvidado. A la mañana siguiente, sus galletas favoritas estaban debajo de su almohada. Puso una cara de sorpresa que no esperábamos. Sucesivamente, pero no a diario, ni siquiera con mucha frecuencia, la señora que apaga la luz dejaba ganchitos, chocolates, lápices de colores, juguetitos y mil cosas más cada vez que Vale se dormía a las siete. Su afán por estar en la cama puntualmente le llevó a aprender a reconocer las siete en el reloj mucho antes de los tres años, y era un chiste verla pedir que le cambien la ropa, le laven los dientes y le ayuden a hacer pichi porque ya el palito chiquito está en el siete y el palito grande está llegando al doce...

Hemos mantenido viva a la señora que apaga la luz durante todo este tiempo. Y vaya que fue de ayuda para inculcar en Vale el hábito de dormir temprano. Caló tan hondo en su cabeza que cuando Julito nació, Valentina, entre otras cosas, le aconsejaba dormirse temprano para que también recibiera regalos. Y corría a comprobar en la cuna del recién nacido que no había premio porque nunca se dormía a las siete.

Ahora, que ya tiene más de cuatro años, ha dejado de dar importancia a los regalos de la señora que apaga la luz porque prefiere ver su programa favorito que termina a las siete y quince. Se lo permitimos sin problemas porque no es tanta la diferencia. Yo sé que al crecer poco a poco la dejará de lado, y me da pena. Pero no tan rápido. Aún hoy, Julito duerme a la hora que tiene sueño, pronto cumplirá dos años, y Eve se dará a la tarea de inculcarle el hábito de acostarse temprano y dormir en su habitación. Y la señora que apaga la luz volverá con regalos para Julito, y Valentina querrá más regalos que su hermano, de modo que esa dulce hada salida de la imaginación de Eve, tendrá una nueva chance de despertar la ilusión de mis hijos. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario