jueves, 22 de abril de 2010
Fotos, fotos
Ea, vamos a alegrar un poco este blog. Ahí van unas fotos de mis adorados hijos. Julito ya no está tan pequeño como se ve... ocurre que seleccioné algunas de mis fotos favoritas para enmarcarlas. Ya habrán fotos recientes.
lunes, 12 de abril de 2010
Tu nombre es Julio César
Julito aún no va al nido, ni a la estimulación temprana, ni a nada de educación regular. Valentina sí asistió desde los diez meses a la estimulación en un nido y, con un breve intervalo, ha continuado hasta que ahora ya asiste al jardín de niños porque es obligatorio.
Este trato distinto entre los dos obedece a que no es bueno que los niños dejen el seno del hogar a tan temprana edad. A veces los padres, por querer dar lo mejor a nuestros hijos terminamos haciéndoles daño. Valentina resultó una niña inteligentísima, casi un prodigio en el aprender, y a los tres años estaba en el nivel de niños de seis. Pero no todo era lindo: le era sumamente difícil hacer amiguitos, no se integraba a grupos de niños de su edad y es fácil saber porqué: como sabe más, el resto se aburre con ella y ella se aburre con el resto. Y los niños más grandes no le hacían caso porque era muy chiquita. Y nos partía el alma ver que todos jugaban con todos y ella jugaba solita; estaba en grupo, pero sola.
Una psicóloga nos hizo ver el error tremendo que habíamos cometido. Y la solución consistió en cambiar de nido y enfocarnos en actividades grupales. De ese modo, el año pasado la trasladamos a un nido estatal en pos de gentío y espacios libres. El cambio fue notorio. Dejó de regresar con el uniforme limpio, y en cambio llegaba sucia, sudorosa, cansada, llena de anécdotas para contar y, a veces, con un moretón producto de sus juegos y correrías; le perdió miedo al columpio y a la resbaladera. Las pasadas vacaciones ha hecho cursos de marinera y natación.
Por todo lo dicho, con Julito hemos seguido el consejo de la psicóloga, y él no asiste a ningún lugar. Sin embargo, ya casi con dos años encima y más travieso que zorro en gallinero, hemos pensado que podría asistir a algunas clases breves para niños de su edad. Debido a ello, un nido muy lindo nos había invitado a una clase de demostración para que experimentemos sus métodos. Todo fue muy bien hasta que....
Aquí viene la anécdota. En medio de una canción en la cual cada niño debía responder a su nombre, Julito fue no contestó. Repitieron la estrofa para él y nada, para vergüenza de su mamá.
- ¿No sabe su nombre? -preguntó la profesora-. ¿Cómo le dicen en casa, señora?
- Le decimos Julito-. La verdad, es que hasta ese momento no habíamos reparado en ello, y le decíamos, en efecto, Julito. Pero también Papaíto, Pachi, Papo y Papayo; y Valentina tendría que agregar Ñaño.
Este trato distinto entre los dos obedece a que no es bueno que los niños dejen el seno del hogar a tan temprana edad. A veces los padres, por querer dar lo mejor a nuestros hijos terminamos haciéndoles daño. Valentina resultó una niña inteligentísima, casi un prodigio en el aprender, y a los tres años estaba en el nivel de niños de seis. Pero no todo era lindo: le era sumamente difícil hacer amiguitos, no se integraba a grupos de niños de su edad y es fácil saber porqué: como sabe más, el resto se aburre con ella y ella se aburre con el resto. Y los niños más grandes no le hacían caso porque era muy chiquita. Y nos partía el alma ver que todos jugaban con todos y ella jugaba solita; estaba en grupo, pero sola.
Una psicóloga nos hizo ver el error tremendo que habíamos cometido. Y la solución consistió en cambiar de nido y enfocarnos en actividades grupales. De ese modo, el año pasado la trasladamos a un nido estatal en pos de gentío y espacios libres. El cambio fue notorio. Dejó de regresar con el uniforme limpio, y en cambio llegaba sucia, sudorosa, cansada, llena de anécdotas para contar y, a veces, con un moretón producto de sus juegos y correrías; le perdió miedo al columpio y a la resbaladera. Las pasadas vacaciones ha hecho cursos de marinera y natación.
Por todo lo dicho, con Julito hemos seguido el consejo de la psicóloga, y él no asiste a ningún lugar. Sin embargo, ya casi con dos años encima y más travieso que zorro en gallinero, hemos pensado que podría asistir a algunas clases breves para niños de su edad. Debido a ello, un nido muy lindo nos había invitado a una clase de demostración para que experimentemos sus métodos. Todo fue muy bien hasta que....
Aquí viene la anécdota. En medio de una canción en la cual cada niño debía responder a su nombre, Julito fue no contestó. Repitieron la estrofa para él y nada, para vergüenza de su mamá.
- ¿No sabe su nombre? -preguntó la profesora-. ¿Cómo le dicen en casa, señora?
- Le decimos Julito-. La verdad, es que hasta ese momento no habíamos reparado en ello, y le decíamos, en efecto, Julito. Pero también Papaíto, Pachi, Papo y Papayo; y Valentina tendría que agregar Ñaño.
Desde entonces hemos restringido el uso de los diminutivos y sobrenombres de cariño, para pasar a decirle Julio César. Sólo que el cariño se transmite también por la forma cariñosa de llamarlo y ahora decirle Julio César a secas se me hace algo impersonal. Pero no importa. Después de todo es un lindo nombre.
Tu nombre es Julio César, hijo. Julio César. Como tu padre, como tu abuelo, como mi abuelo.
sábado, 10 de abril de 2010
Contar, contar
El domingo pasado tuve que ir al aeropuerto a depositar directamente un sobre muy urgente. Como otras veces que hice lo mismo, llevé a Julito para detenernos a mirar los aviones que despegan del Jorge Chávez. A él le encantan ver los aviones, y los señala en el cielo incluso cuando mis miopes ojos ya no los ven. Esta vez tuvimos suerte y vimos un avión enorme, de aquellos que vuelan a Europa. Cuando regresamos su mamá le pregunta: ¿Cómo vuelan los aviones, hijito? Y Julito levanta la manito abierta y hace "shhhhhh".
Esta vez, sin embargo, fue diferente. Primero, por poco no me dejan ingresar, porque en el lugar hay montacargas, camiones, grúas y otras cosas, y no puede estar un niño allí. Yo protesté diciendo que era el cuarto domingo consecutivo que iba allí con mi hijo y nadie me dijo nada antes. Me dejaron ingresar a condición que no dejara de tenerlo en brazos ni un minuto. Igual, jamás soltaría a mi hijo en un lugar como ese.
La sorpresa mayúscula fue en la caja. Pagué con un billete y me dieron cuatro monedas de vuelto. Mientras firmaba la factura con la mano libre, Julito, mirando las monedas, y señalándolas con el dedo, dijo:
- Un, dosh, te, ato.
Quedé de una pieza, y la cajera se deshizo en elogios. Julito ha aprendido a contar, luego supe que hasta cinco. Y se ve la dedicación que Eve le da a nuestros hijos. Julito también aprenderá a leer y escribir a los tres años, como su hermana, todo por obra de los juegos de su mamá. Comencé a reír de gusto y le dije otra vez, uno, dos, tres, cuatro. Pero la cajera también le pedía que cuente y se avergonzó. No quiso más. Y con eso me retiré.
Afuera vimos más aviones, pero eran todos pequeños. Julito se arrulló porque ya tenía sueño. Yo busqué un taxi y fuimos a casa. Mañana no tengo nada que enviar, pero de todas formas iremos a ver aviones, esta vez los contaremos, ¿ya hijito?
Venga Listonina
El año pasado Valentina nos pidió una mascota. Un gatito, o un perrito, de preferencia gatito. Pero no tenemos espacio para un cuadrúpedo en la casa, y menos todavía disposición para atenderlos, que con los dos niños ya es bastante. Pero Valentina superaba esas observaciones prometiendo que ella misma lo cuidaría.
Por esos días aterrizó en la casa un periquito australiano, escapado quién sabe de dónde, y tan agotado que se dejó atrapar allí mismo. Literalmente del cielo vino la solución de una mascota. Compramos una jaula y otro periquito para que se hagan compañía. Un par de semanas Valentina se ocupó de su alimento y agua, mientras Julito mostraba su cariño por ellos dando escobazos a la jaula. Luego, sucede con todo niño, los olvidaron. Y los pericos siguen allí, para enojo que Evelyn porque ensucian más que un perro, me parece.
Ahora Valentina tiene una nueva mascota. Se trata de un perrito de peluche que le compramos hace un par de años. Lo usó unos días y luego pasó a otra cosa. Hace unos dos meses volvió a encontrar el perro, y decidió que era su hijita y le puso por nombre Listonina.
- ¿Y por qué Listonina, hijita?
- Porque es muy lista, papito. Así como yo me llamo Valentina porque soy muy valiente, ella se llama Listonina porque es muy lista, ¿entiendes?
- Sí, hijita, entiendo.
Por esos días aterrizó en la casa un periquito australiano, escapado quién sabe de dónde, y tan agotado que se dejó atrapar allí mismo. Literalmente del cielo vino la solución de una mascota. Compramos una jaula y otro periquito para que se hagan compañía. Un par de semanas Valentina se ocupó de su alimento y agua, mientras Julito mostraba su cariño por ellos dando escobazos a la jaula. Luego, sucede con todo niño, los olvidaron. Y los pericos siguen allí, para enojo que Evelyn porque ensucian más que un perro, me parece.
Ahora Valentina tiene una nueva mascota. Se trata de un perrito de peluche que le compramos hace un par de años. Lo usó unos días y luego pasó a otra cosa. Hace unos dos meses volvió a encontrar el perro, y decidió que era su hijita y le puso por nombre Listonina.
- ¿Y por qué Listonina, hijita?
- Porque es muy lista, papito. Así como yo me llamo Valentina porque soy muy valiente, ella se llama Listonina porque es muy lista, ¿entiendes?
- Sí, hijita, entiendo.
Y así, Listonina hace dos meses es inseparable de Vale a la hora de dormir, y también provoca su llanto cuando en medio del juego Julito coge al perro que "está" durmiendo o comiendo y lo arrastra por toda la casa.
Aunque también tiene una coneja de peluche, llamada Rapidina, y quiere adoptar al Winnie Pooh de Julito (pero allí sí que hay conflicto, porque el pequeñín no se deja quitar el peluche), es Listonina con quien más se ha encariñado Vale, y se entristece cuando no la encuentra para dormir, o está en el tendedero tras haber sido lavada.
Así sea. A mí me divierte verla jugar a la casita o la comidita con su peluche. Y me tengo que callar la boca y apagar el televisor cuando la pasea por el cuarto para que "se duerma". Solamente hay un problema con Listonina: es perro, no perra. Pero Vale lo solucionó adornándolo con dos ganchitos de pelo... en las orejas.
martes, 6 de abril de 2010
La señora que apaga la luz
- Ahora que lo pienso -dice Valentina con su deliciosa forma de hablar-, hace tiempo que la señora que apaga la luz no me trae nada.
- Será porque ya no te acuestas a las siete -le contesto yo.
- No. Debe ser porque está muy ocupada -retruca la muy viva.
- Será porque ya no te acuestas a las siete -le contesto yo.
- No. Debe ser porque está muy ocupada -retruca la muy viva.
Este diálogo tuvo lugar el domingo. Y hoy una lectora muy amiga mía me ha hecho recordar que en un blog anterior, había yo mencionado a la señora que apaga la luz. Ahora toca decir quién era
Dormir temprano es una de las buenas costumbres que la vida de hoy nos ha quitado; por otro lado, Eve y yo creemos que la noche no es para los niños, y que ellos no tienen nada que hacer a las ocho o nueve. Por eso, cuando Vale cumplió dos años pasó a su propia habitación, tuvo que aprender a acostarse a las siete de la noche y a dormir sola. Eve con paciencia fue cambiando en Valentina el hábito de dormir a la hora que tenía sueño por el de buscar el sueño a la misma hora. Y fue Eve porque cuando yo intentaba lo mismo, Vale no me tomaba en serio y acabábamos jugando en la cama, hasta que yo me quedaba dormido.
No tardó mucho en aprender, pero tuvimos que enfrentar los clásicos reclamos: "no quiero dormir", "no tengo sueño" o "quiero jugar". Y Eve zanjó esa batalla una buena noche con una advertencia: o te duermes, o viene una señora y te apaga la luz. Funcionó al principio, hasta que un día Vale se puso a llorar porque temía a la señora que apaga la luz. Sin querer, inculcamos en nuestra hija el miedo a algo desconocido, y ahí sí que nos sentimos mal.
Entonces Eve, con su maravilloso don para tratar a nuestros hijos, ideó un cuento en el que la señora que apaga la luz no es malvada como creía Vale, sino una especie de hada buenísima que visitaba a todos los niños, dejando regalos a los que se acuestan a las siete, apagando la luz para que no la vieran, y yéndose triste a otra casita si la niña está despierta.
Para probar, Vale se acostó temprano esa primera noche, cuya fecha se me ha olvidado. A la mañana siguiente, sus galletas favoritas estaban debajo de su almohada. Puso una cara de sorpresa que no esperábamos. Sucesivamente, pero no a diario, ni siquiera con mucha frecuencia, la señora que apaga la luz dejaba ganchitos, chocolates, lápices de colores, juguetitos y mil cosas más cada vez que Vale se dormía a las siete. Su afán por estar en la cama puntualmente le llevó a aprender a reconocer las siete en el reloj mucho antes de los tres años, y era un chiste verla pedir que le cambien la ropa, le laven los dientes y le ayuden a hacer pichi porque ya el palito chiquito está en el siete y el palito grande está llegando al doce...
Hemos mantenido viva a la señora que apaga la luz durante todo este tiempo. Y vaya que fue de ayuda para inculcar en Vale el hábito de dormir temprano. Caló tan hondo en su cabeza que cuando Julito nació, Valentina, entre otras cosas, le aconsejaba dormirse temprano para que también recibiera regalos. Y corría a comprobar en la cuna del recién nacido que no había premio porque nunca se dormía a las siete.
Ahora, que ya tiene más de cuatro años, ha dejado de dar importancia a los regalos de la señora que apaga la luz porque prefiere ver su programa favorito que termina a las siete y quince. Se lo permitimos sin problemas porque no es tanta la diferencia. Yo sé que al crecer poco a poco la dejará de lado, y me da pena. Pero no tan rápido. Aún hoy, Julito duerme a la hora que tiene sueño, pronto cumplirá dos años, y Eve se dará a la tarea de inculcarle el hábito de acostarse temprano y dormir en su habitación. Y la señora que apaga la luz volverá con regalos para Julito, y Valentina querrá más regalos que su hermano, de modo que esa dulce hada salida de la imaginación de Eve, tendrá una nueva chance de despertar la ilusión de mis hijos.
No tardó mucho en aprender, pero tuvimos que enfrentar los clásicos reclamos: "no quiero dormir", "no tengo sueño" o "quiero jugar". Y Eve zanjó esa batalla una buena noche con una advertencia: o te duermes, o viene una señora y te apaga la luz. Funcionó al principio, hasta que un día Vale se puso a llorar porque temía a la señora que apaga la luz. Sin querer, inculcamos en nuestra hija el miedo a algo desconocido, y ahí sí que nos sentimos mal.
Entonces Eve, con su maravilloso don para tratar a nuestros hijos, ideó un cuento en el que la señora que apaga la luz no es malvada como creía Vale, sino una especie de hada buenísima que visitaba a todos los niños, dejando regalos a los que se acuestan a las siete, apagando la luz para que no la vieran, y yéndose triste a otra casita si la niña está despierta.
Para probar, Vale se acostó temprano esa primera noche, cuya fecha se me ha olvidado. A la mañana siguiente, sus galletas favoritas estaban debajo de su almohada. Puso una cara de sorpresa que no esperábamos. Sucesivamente, pero no a diario, ni siquiera con mucha frecuencia, la señora que apaga la luz dejaba ganchitos, chocolates, lápices de colores, juguetitos y mil cosas más cada vez que Vale se dormía a las siete. Su afán por estar en la cama puntualmente le llevó a aprender a reconocer las siete en el reloj mucho antes de los tres años, y era un chiste verla pedir que le cambien la ropa, le laven los dientes y le ayuden a hacer pichi porque ya el palito chiquito está en el siete y el palito grande está llegando al doce...
Hemos mantenido viva a la señora que apaga la luz durante todo este tiempo. Y vaya que fue de ayuda para inculcar en Vale el hábito de dormir temprano. Caló tan hondo en su cabeza que cuando Julito nació, Valentina, entre otras cosas, le aconsejaba dormirse temprano para que también recibiera regalos. Y corría a comprobar en la cuna del recién nacido que no había premio porque nunca se dormía a las siete.
Ahora, que ya tiene más de cuatro años, ha dejado de dar importancia a los regalos de la señora que apaga la luz porque prefiere ver su programa favorito que termina a las siete y quince. Se lo permitimos sin problemas porque no es tanta la diferencia. Yo sé que al crecer poco a poco la dejará de lado, y me da pena. Pero no tan rápido. Aún hoy, Julito duerme a la hora que tiene sueño, pronto cumplirá dos años, y Eve se dará a la tarea de inculcarle el hábito de acostarse temprano y dormir en su habitación. Y la señora que apaga la luz volverá con regalos para Julito, y Valentina querrá más regalos que su hermano, de modo que esa dulce hada salida de la imaginación de Eve, tendrá una nueva chance de despertar la ilusión de mis hijos.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)