lunes, 21 de junio de 2010

El libro secreto de Papá y Velentina

Una de las cosas recomendadas por la psicóloga era esta: dado que Vale tiene necesidad de llevar todo en perfecto orden, debo ser yo una especie de "válvula de escape". Entonces, había que hacer este ejercicio: tener un libro de tareas que ella sólo desarrolle conmigo, sin la intervención de su mamá. Un libro donde no haya reproches por las equivocaciones, donde errar sea la norma. Ese será el Libro Secreto de Papá y Valentina.

Y me dí el trabajo de buscar el libro, pero no lo encontré. Eve, que ya sabía que no lo iba a encontrar, lo buscó y me lo compró. En realidad, compró dos. Esa noche íbamos a comenzar a desarrollarlos, pero nos entretuvimos rellenando las tapas: nombre, dirección, teléfono, etc., etc. Una hora en que Valentina escribía a veces al revés, dibujaba flores y mariposas y pintaba el cuaderno sin que nadie le corrija. Al principio se detenía ante un error, esperando que yo dijera algo. Y en efecto, se lo decía: sigue, mi amor, no pasa nada.

Y seguía. Pronto aprendió que, si hay un error, no pasa nada. Y primera gran revelación, en una de esas dijo:

- Papito, cometí un error, pero no pasa nada. ¿Acaso va a ver la mamá, acaso va a ver la miss Rosita? No. Es el Cuaderno Secreto de Papá y Valentina-. Esto entristeció a Eve cuando le conté, porque los cuadernos de nido sí que están en orden y bien llevados, entonces va captando que Vale aprendió el orden de ella, pero llevándolo al extremo.

Anoche también estuvimos con el cuaderno. Tampoco desarrollamos nada porque Vale decidió que primero había que enumerar las tareas, y a eso nos dedicamos, además de dar un pequeño retoque a las tapas porque mi nombre no aparecía, siendo los cuadernos de los dos.

Entonces el ejercicio resulta. Los cuadernos parecen de una niña de tres años o menos, la edad que mi Valentina -dice la psicóloga- extraña porque entonces todo era más fácil para ella. Entonces estoy haciendo bien mi trabajo. Y eso me alegra.

martes, 8 de junio de 2010

¡Háblale!

- ¿Usted le habla a su hija? -Preguntó a quemarropa la psicóloga apenas me tuvo al frente.
- Sí, por supuesto-, dije yo, la pregunta me desconcertó.
- ¿Cómo le habla?
- No entiendo la pregunta.
- ¿Le habla como a una niña de cuatro años?
- No, le hablo como mi hijita, mi niñita, mi Dodita.
- Muy bien. Olvídese de eso por ahora y háblele como a una niña de cuatro años, que entiende perfectamente lo que usted le dice, y que no necesita un papá consentidor sino uno con autoridad, porque esa autoridad le va a dar seguridad.

Y así, fulminándome de un plumazo, comenzó mi sesión con la psicóloga.

Valentina había tenido un comportamiento muy raro toda la semana pasada, diciendo que veía un sueño feo siempre a la misma hora, que le odiábamos pero fingíamos quererla, y que no se quería morir. Todo eso en medio de un aburrimiento crónico que no rompíamos con nada. Al desconcierto inicial siguieron la búsqueda de causas y soluciones, primero caseras, como rezar antes de dormir hasta el consabido huevo, obra de mi madre.

Pero Vale no hacía más que empeorar y ahí sí nos preocupamos.  Incluso tenía miedo de ir a dormir por temor al sueño de marras que nunca recordaba.  Me di a buscar un psicólogo y en esas andaba cuando Vale tuvo una crisis de llanto e histeria en la que decía cosas horribles e inconcebibles para una niña de su edad.  Ese día Eve ya de impotencia acabó llorando con ella.

Y entonces recordamos a una psicóloga que el nido había recomendado el año pasado; sin pérdida de tiempo Eve llevó a Vale.  El diagnóstico era grave.  Si seguía en ese camino tendremos que recurrir a medicación para controlar la ansiedad que tiene.  Desde esa noche Valentina durmió mejor, a los dos días quien asistió fui yo.  Ahí me dijo cosas duras pero importantes:  "Necesita un cambio de disco duro", "usted tiene que ser válvula de escape para ella", "usted tiene que darle seguridad", "olvídese de su hijita porque ya creció", "con usted ella debe romper las reglas y el orden en que le gusta estar" y "sobre todo, ¡háblale!, perdón, háblele claramente, como a una niña, ella le entenderá".

Quedé pasmado.  La psicóloga me dejó solo, mientras iba a otra habitación a conversar con mi hija.  Me dieron ganas de llorar pensando que éramos culpables de todo lo que sufría Valentina, porque tener ansiedad es sufrir, es vivir aguardando algo que no llegará, es temer algo que ignoras y que probablemente no existe, pero le temes, es estrés, es sufrir.  Y sólo tiene cuatro años.

Cuando volvió la doctora, toda mi cabeza era un remolino, y otra vez pareció que me fulminaba:
- ¿Le habla al hermanito de Valentina?
- Sí...
- ¿Cómo bebito?
- No, a él le hablo como a niño-. Y me sorprendí a mí mismo, porque es cierto.
- ¿Y por qué la diferencia?
- No tengo respuesta para eso.

Y transcurrió la sesión.  Casi dos horas me tuvo allí, mientras Valentina estaba en otra habitación.  "Es grave, pero estamos a tiempo de corregir todo.  Le voy a dar consejos que debe cumplir al pie de la letra.  En unos años, cuando sea más grande, no podrán controlarla, de modo que ahora es cuando hay que trabajar, y sobre todo, no se olvide, háblele".

Y eso vamos a hacer hijita.  Eso es lo que voy a hacer.  Tú has crecido.  Es hora de que yo crezca contigo también.  Te lo prometo.

lunes, 7 de junio de 2010

Dodita

- Papá, ya sé porqué me dices Dodita.
- ¿Sí? ¿Y por qué?
- Mamita me contó. Dice que cuando era bebita me hacías dormir cantando "arrorró mi niña, arrorró mi amor, duérmete pedazo de mi corazón". Y de ahí, cambiaste "arrorró" por "adodó", y de ahí quedó "dodó", y de ahí "dodito" y como soy niña me dices "dodita".
- Sí, por eso te digo Dodita, ¿te gusta?-. Yo, la verdad, me había olvidado de esa historia.
- Sí, me gusta papito.

Por eso mismo lo pongo acá, hijita. Para que no se vuelva a perder.


viernes, 4 de junio de 2010

Julito y los aviones

Hace tres días, mientras regresaba de almuerzo al trabajo, vi a un vendedor ambulante con unos aviones de plástico.  Julito gusta de los aviones, varias veces hemos ido a las afueras del aeropuerto a contarlos mientras despegan y soy un experto haciendo avioncitos con el lego, que él cuida con primor:




Y juega con cuidado, aunque la verdad siempre se le acaban cayendo las piezas, entonces con cara de alarma recurre a mí para la correspondiente reparación.  Y como Valentina no se entusiasma mucho con los aviones, no hay competencia.


Decía que hace unos días encontré un avión de plástico y lo compré.  Ya dormían cuando llegué, de modo que a la mañana siguiente cuando, no bien abrió los ojos, se lo entregué, Julito quedó encantado.


- Julito, ¿qué esto?
- Viommmmm.
- Valentina, mira lo que trajo la señora que apaga la luz para Julito-. Valentina no dijo nada, pero inmediatamente levantó su almohada buscando su regalo... sin hallarlo.  No pensé en esto cuando Eso sí me dio pena.


Bueno, desde entonces Julito hacía 'volar' al avión día y noche, llevándolo con la mano alzada y haciendo el ruido de los turboreactores con la boca: shhhhhhhhhhhh.  Pronto, prontísimo, Julito aprendió a quitarle las alas, la cola y los motores al avión -un Jumbo, para más señas- y a colocarlas de nuevo, y pronto se aflojaron.  Todo esto ocurría días antes de su cumpleaños.  Cuando el 18 de mayo llegó, lo hizo también y el nuevo rey de los cielos: un avión a control remoto con luces y cuyo sonido sería la envidia de un jet verdadero.


Siempre sucede en los niños que el juguete nuevo deja en el olvido al viejo.  Más si aquél es más grande, vistoso y bonito que éste.  En efecto, el viejo Jumbo, sin alas, cola ni motores, fue a dar a la caja de juguetes viejos, mientras el bimotor con luces se ha convertido en el preferido de mi adorado hijo, que también se ha olvidado de los avioncitos de lego.  Y aunque juguete no tiene nada de suave y sí mucho de duro, Julito duerme abrazado a él.

jueves, 3 de junio de 2010

Madrugar, madrugar, de padres es madrugar

- ¡Papá! ¡Papáaaa!-. Los gritos de Valentina me despertaron a las cinco de la mañana.  Caminando medio dormido llegué hasta su cama y me dijo, rebosando de alegría:
- Ya, papito, vamos.
- ¿A dónde, hijita?
- Al nidito pues, ¿no ves que ya amaneció?
- Hijita, todavía no amanece.  Ven, mira por la ventana, el sol todavía está durmiendo.
- Y porqué no amanece, yo quiero que amanezca-. Ahora sí se enojó Valentina.
- Ven, vamos a dormir juntitos hasta que salga el sol.
- No, tengo una mejor idea: mejor jugamos hasta que salga el sol -yo temía esto, ahora no me salvo-; ponte de espaldas -yo cumplo su orden.
- ¡Cabeza a la pared!

Y ahí va Valentina, a subirse a mi pecho para alcanzar las varas de aluminio que adornan la cabecera de su cama, y de las que se cuelga haciendo piruetas, mientras yo tengo que estar atento por si acaso, y listo cuando quiera bajar, cuando se canse, mientras el resto de mortales sigue durmiendo plácidamente a las cinco de la mañana.