Y me dí el trabajo de buscar el libro, pero no lo encontré. Eve, que ya sabía que no lo iba a encontrar, lo buscó y me lo compró. En realidad, compró dos. Esa noche íbamos a comenzar a desarrollarlos, pero nos entretuvimos rellenando las tapas: nombre, dirección, teléfono, etc., etc. Una hora en que Valentina escribía a veces al revés, dibujaba flores y mariposas y pintaba el cuaderno sin que nadie le corrija. Al principio se detenía ante un error, esperando que yo dijera algo. Y en efecto, se lo decía: sigue, mi amor, no pasa nada.
Y seguía. Pronto aprendió que, si hay un error, no pasa nada. Y primera gran revelación, en una de esas dijo:
- Papito, cometí un error, pero no pasa nada. ¿Acaso va a ver la mamá, acaso va a ver la miss Rosita? No. Es el Cuaderno Secreto de Papá y Valentina-. Esto entristeció a Eve cuando le conté, porque los cuadernos de nido sí que están en orden y bien llevados, entonces va captando que Vale aprendió el orden de ella, pero llevándolo al extremo.
Anoche también estuvimos con el cuaderno. Tampoco desarrollamos nada porque Vale decidió que primero había que enumerar las tareas, y a eso nos dedicamos, además de dar un pequeño retoque a las tapas porque mi nombre no aparecía, siendo los cuadernos de los dos.
Entonces el ejercicio resulta. Los cuadernos parecen de una niña de tres años o menos, la edad que mi Valentina -dice la psicóloga- extraña porque entonces todo era más fácil para ella. Entonces estoy haciendo bien mi trabajo. Y eso me alegra.
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