- Ya, papito, vamos.
- ¿A dónde, hijita?
- Al nidito pues, ¿no ves que ya amaneció?
- Hijita, todavía no amanece. Ven, mira por la ventana, el sol todavía está durmiendo.
- Y porqué no amanece, yo quiero que amanezca-. Ahora sí se enojó Valentina.
- Ven, vamos a dormir juntitos hasta que salga el sol.
- No, tengo una mejor idea: mejor jugamos hasta que salga el sol -yo temía esto, ahora no me salvo-; ponte de espaldas -yo cumplo su orden.
- ¡Cabeza a la pared!
Y ahí va Valentina, a subirse a mi pecho para alcanzar las varas de aluminio que adornan la cabecera de su cama, y de las que se cuelga haciendo piruetas, mientras yo tengo que estar atento por si acaso, y listo cuando quiera bajar, cuando se canse, mientras el resto de mortales sigue durmiendo plácidamente a las cinco de la mañana.
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