martes, 8 de junio de 2010

¡Háblale!

- ¿Usted le habla a su hija? -Preguntó a quemarropa la psicóloga apenas me tuvo al frente.
- Sí, por supuesto-, dije yo, la pregunta me desconcertó.
- ¿Cómo le habla?
- No entiendo la pregunta.
- ¿Le habla como a una niña de cuatro años?
- No, le hablo como mi hijita, mi niñita, mi Dodita.
- Muy bien. Olvídese de eso por ahora y háblele como a una niña de cuatro años, que entiende perfectamente lo que usted le dice, y que no necesita un papá consentidor sino uno con autoridad, porque esa autoridad le va a dar seguridad.

Y así, fulminándome de un plumazo, comenzó mi sesión con la psicóloga.

Valentina había tenido un comportamiento muy raro toda la semana pasada, diciendo que veía un sueño feo siempre a la misma hora, que le odiábamos pero fingíamos quererla, y que no se quería morir. Todo eso en medio de un aburrimiento crónico que no rompíamos con nada. Al desconcierto inicial siguieron la búsqueda de causas y soluciones, primero caseras, como rezar antes de dormir hasta el consabido huevo, obra de mi madre.

Pero Vale no hacía más que empeorar y ahí sí nos preocupamos.  Incluso tenía miedo de ir a dormir por temor al sueño de marras que nunca recordaba.  Me di a buscar un psicólogo y en esas andaba cuando Vale tuvo una crisis de llanto e histeria en la que decía cosas horribles e inconcebibles para una niña de su edad.  Ese día Eve ya de impotencia acabó llorando con ella.

Y entonces recordamos a una psicóloga que el nido había recomendado el año pasado; sin pérdida de tiempo Eve llevó a Vale.  El diagnóstico era grave.  Si seguía en ese camino tendremos que recurrir a medicación para controlar la ansiedad que tiene.  Desde esa noche Valentina durmió mejor, a los dos días quien asistió fui yo.  Ahí me dijo cosas duras pero importantes:  "Necesita un cambio de disco duro", "usted tiene que ser válvula de escape para ella", "usted tiene que darle seguridad", "olvídese de su hijita porque ya creció", "con usted ella debe romper las reglas y el orden en que le gusta estar" y "sobre todo, ¡háblale!, perdón, háblele claramente, como a una niña, ella le entenderá".

Quedé pasmado.  La psicóloga me dejó solo, mientras iba a otra habitación a conversar con mi hija.  Me dieron ganas de llorar pensando que éramos culpables de todo lo que sufría Valentina, porque tener ansiedad es sufrir, es vivir aguardando algo que no llegará, es temer algo que ignoras y que probablemente no existe, pero le temes, es estrés, es sufrir.  Y sólo tiene cuatro años.

Cuando volvió la doctora, toda mi cabeza era un remolino, y otra vez pareció que me fulminaba:
- ¿Le habla al hermanito de Valentina?
- Sí...
- ¿Cómo bebito?
- No, a él le hablo como a niño-. Y me sorprendí a mí mismo, porque es cierto.
- ¿Y por qué la diferencia?
- No tengo respuesta para eso.

Y transcurrió la sesión.  Casi dos horas me tuvo allí, mientras Valentina estaba en otra habitación.  "Es grave, pero estamos a tiempo de corregir todo.  Le voy a dar consejos que debe cumplir al pie de la letra.  En unos años, cuando sea más grande, no podrán controlarla, de modo que ahora es cuando hay que trabajar, y sobre todo, no se olvide, háblele".

Y eso vamos a hacer hijita.  Eso es lo que voy a hacer.  Tú has crecido.  Es hora de que yo crezca contigo también.  Te lo prometo.

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