No te acuerdas de ese día. No, qué te vas a acordar. No sabes que la tarde anterior yo iba saliendo del trabajo cuando recibí un mensaje: "amor, creo que es hoy, me duele un montón". "Ya voy", contesté. Mi corazón latía más fuerte por la ansiedad. Cuando llegué a la casa las contracciones eran más frecuentes y dolorosas y casi no hubo sueño esa noche; felizmente doña Nilda estaba allí con nosotros y se la pasó en vela. Yo, en cambio, no pude soportar la vigilia y debo reconocer que dormí la mayor parte del tiempo.
A las cinco de la mañana ya no era posible esperar más y salí a buscar un taxi, pero no te puedes acordar de eso. Tu memoria seguro estaba más ocupada en olvidar la sensación del dolor que en registrar el camino. Nos habían dicho que las contracciones duraría unas 12 horas, había tiempo para que alguien nos alcanzara la filmadora que había comprado con el único fin de registrar en video el nacimiento. Mal cálculo, pasadas las 8 ya estábamos en la sala de partos, y unos cuanto minutos después, a las 8:34, hace cuatro años, naciste tú, mi amor. Pero seguro tampoco lo recuerdas.
En cambio, yo no lo puedo olvidar. Cada detalle de tu nacimiento está grabado con buril en mi memoria. Hoy, hace cuatro años, a esta hora -poco más de las 8:00 PM-, toda la visita se había ido, tú estabas dormida en la cuna, y mamá y yo nos disponíamos a descansar en nuestro primer día de padres. Si hubieses visto nuestras caras, felices de tenerte pero asustadas por el futuro, sí que lo recordarías.
P.D.
Valentina, no sabes... Mamita y yo hemos decidido -y aleccionado a toda la familia-, de que por nada del mundo te recuerden que tu cumple es hoy. ¿Por qué? Pues porque hace tiempo esperas esta fecha para disfrutar de la fiesta y si notas que es hoy, pues querrás la fiesta, torta, regalos y piñata hoy. Y la fiesta es el sábado.
Igual has notado que mamita y yo te cubrimos de besos al despertar, y te cantamos "Las Mañanitas", y te abrazamos más que otros días.
miércoles, 25 de noviembre de 2009
jueves, 19 de noviembre de 2009
La hora del juego
Desde que tomé un segundo empleo, hace casi un mes, llego a casa bastante más tarde de lo habitual. Si antes solía llegar a las seis de la tarde, ahora como muy pronto estoy a las ocho. Esto supone que encuentre a mi Valentina dormida; a Julito no, él todavía duerme en las tardes, así tarda más en coger sueño y podemos jugar en las noches.
La cosa es que esta nueva situación afectó a mi hijita más de lo que imaginé al principio.
Valentina suele guardar sus sentimientos cuando la situación no es favorable. Si algo la angustia no dice nada aunque le pregunten y cualquier día, ¡zaz!, como un torrente brota aquello que le aflige.
Pasó cuando no tenía amiguitos en el nido, o cuando nació Julito. Y pasó ahora.
Una tarde se cayó mientras correteaban por la casa. El llanto que siguió pronto se convirtió en uno de impotencia y pena, porque “mi papito ya no juega conmigo, todo el día trabaja y yo quiero jugar con él”. A su mamá se le partió el alma allí mismo y no había forma de consolarla.
A la mañana siguiente, fui temprano a su cama y la desperté.
- ¡Buenos días Princesita del Mar!
- Buenos días, papito.
Le dije que desde el momento de despertarnos, hasta la hora en que me vaya a trabajar, era la hora del juego, en la que el papito y la hijita van a jugar solitos, todos los días, ¿qué te parece?
No se puede describir la alegría dibujada en su rostro. Preguntó llena de emoción si se podía subir a mi cabeza, si yo podía hacer de tobogán…, en fin, si podíamos hacer lo que quisiéramos. La respuesta era sí.
Su mamá me contó ese primer día que apenas me fui le contó emocionada cómo hemos jugado, hasta dónde ha saltado, qué tan bien se ha escondido, de qué nos reímos.
Desde entonces, hace semana y media, todos los días me levanto antes de que amanezca, me aseo y voy a despertarla. Tres veces la encontré ya levantada y una vez me despertó ella. Entonces jugamos, saltamos, trepamos, nos divertimos. Hasta casi las siete le doy toda mi atención sólo a ella. Julito se despierta por esas horas, pero está perezoso y no tiene ganas de participar. Evelyn nos hace el desayuno y juntos lo tomamos. Luego me alisto y salgo al trabajo.
Valentina ya no reza para que vuelva temprano, pero cuida de no pasarse de las siete al acostarse, no se vaya a quedar dormida (una vez le pasó), ya no llora cuando salgo para el trabajo, sino que me despide llenándome de besos y pactando conmigo una nueva cita para el día siguiente. Es decir, mi Valentina está feliz de nuevo.
En cuanto a mí, qué puedo decir. La "hora del juego" ha sido un éxito. Tiene un pequeño costo, claro, ya no me puedo duchar en las mañanas, así que lo hago por las noches, debo levantarme más temprano porque la hora del juego no puede ser muy corta y me alisto diez minutos antes de salir; salgo un poco más tarde, y cambié bus por taxi, así que se compensa el tiempo de viaje.
El domingo pasado, a las seis de la mañana, descubrí una pequeña desventaja, no calculada: Valentina me despertó a gritos recordándome que ya había amanecido… ¡Qué pereza! Y yo quería dormir un poco más…, levantarme a jugar..., explicarle que domingo no hay hora del juego…, no, no.
- Buenos días, papito.
Le dije que desde el momento de despertarnos, hasta la hora en que me vaya a trabajar, era la hora del juego, en la que el papito y la hijita van a jugar solitos, todos los días, ¿qué te parece?
No se puede describir la alegría dibujada en su rostro. Preguntó llena de emoción si se podía subir a mi cabeza, si yo podía hacer de tobogán…, en fin, si podíamos hacer lo que quisiéramos. La respuesta era sí.
Su mamá me contó ese primer día que apenas me fui le contó emocionada cómo hemos jugado, hasta dónde ha saltado, qué tan bien se ha escondido, de qué nos reímos.
Desde entonces, hace semana y media, todos los días me levanto antes de que amanezca, me aseo y voy a despertarla. Tres veces la encontré ya levantada y una vez me despertó ella. Entonces jugamos, saltamos, trepamos, nos divertimos. Hasta casi las siete le doy toda mi atención sólo a ella. Julito se despierta por esas horas, pero está perezoso y no tiene ganas de participar. Evelyn nos hace el desayuno y juntos lo tomamos. Luego me alisto y salgo al trabajo.
Valentina ya no reza para que vuelva temprano, pero cuida de no pasarse de las siete al acostarse, no se vaya a quedar dormida (una vez le pasó), ya no llora cuando salgo para el trabajo, sino que me despide llenándome de besos y pactando conmigo una nueva cita para el día siguiente. Es decir, mi Valentina está feliz de nuevo.
En cuanto a mí, qué puedo decir. La "hora del juego" ha sido un éxito. Tiene un pequeño costo, claro, ya no me puedo duchar en las mañanas, así que lo hago por las noches, debo levantarme más temprano porque la hora del juego no puede ser muy corta y me alisto diez minutos antes de salir; salgo un poco más tarde, y cambié bus por taxi, así que se compensa el tiempo de viaje.
El domingo pasado, a las seis de la mañana, descubrí una pequeña desventaja, no calculada: Valentina me despertó a gritos recordándome que ya había amanecido… ¡Qué pereza! Y yo quería dormir un poco más…, levantarme a jugar..., explicarle que domingo no hay hora del juego…, no, no.
De un salto me levanté. Qué rayos, mi hija quiere jugar. ¡Allá voy!
martes, 17 de noviembre de 2009
Soga al cuello
Feo título para una página de este blog, pero muy adecuado para este malhadado día.
Sucede que hoy mi hijo, se enredó la cuerda de la cortina en el cuello y casi se cuelga solo. ¡Diantres!
Valentina no era traviesa de pequeña, aún no lo es, pero este chiquitín nos va a poner de cabeza un día. Nunca se me ocurrió hacer algo con respecto a las cuerdas de cortinas y persianas... hasta hoy. Es de ver la huella que le quedó en el pescuezo...
Valentina no era traviesa de pequeña, aún no lo es, pero este chiquitín nos va a poner de cabeza un día. Nunca se me ocurrió hacer algo con respecto a las cuerdas de cortinas y persianas... hasta hoy. Es de ver la huella que le quedó en el pescuezo...
sábado, 7 de noviembre de 2009
Mi padre y mi hijo
Cuando nació no parecía. Creo que un mes después notamos algo, después ya era claro, y cuando empezó a caminar, su andar fue la prueba definitiva: cuando está de pie se ve como él, y camina con la misma cadencia. Mi hijo es un calco de mi padre. Querendón y buena gente, pero se trae un genio de aquellos, y no se necesita mucho para que se le caliente la chicha y frunza el ceño.
Anoche me vi acariciando a mi hijo mientras dormía. Me dio algún tipo de melancolía verlo dormir tan plácidamente, se ve que es un niño feliz. Y como antes con Valentina, anoche también me he visto prometiéndole que siempre estaré ahí para él, y le he dicho que él no me defraudará nunca. ¿Cuántas veces, papá, me has prometido lo mismo?
Las mías son aún promesas y tú has superado la prueba del tiempo. ¿Cuántas veces te he decepcionado, papá?, ¿cuántas dolor te he causado y he actuado como si no importara? Y tú permaneciste incólume; severo, indignado por mi causa, pero magnánimo. Ahora comprendo cuánto te dolían mis traperías y tropiezos, y cómo conjurabas ese dolor tú solo, sin que el resto viera que más que tu expresión dura. Sin embargo, tenías una fe inquebrantable en mí, y la certeza de que soy mejor de lo que yo mismo creo. En ti siempre tuve apoyo incondicional y una nueva oportunidad.
Pero sólo fui capaz de ver esto con la llegada de mis hijos. Prometiéndole en soledad al chiquitín todo lo mejor de mí, puedo imaginar las veces que me prometiste lo mismo y puedo ver cuánto me dolerá cuando mi hijo tropiece y lo duro que será para mí cumplir estas promesas que ahora hago.
Todo esto se me vino a la cabeza anoche, mientras dormía mi hijo. Verlo me hizo pensar en ti…, o mejor, viendo a Julito te veo a ti, papá. Él, quizá más que Valentina, me ha hecho conocerte mejor ahora que lo que te conocí en toda mi vida; me ha hecho admirarte más, amarte más.
A mis treinta años sigues guiando mis pasos, ya no con mano firme para empujarme de nuevo si me detengo, sino con el ejemplo de toda tu vida, con la lección dada de cómo ser padre, de cómo ser hombre. Un hombre bueno, querendón, y con un genio de aquellos, no se necesita mucho para que se te caliente la chicha, ¿eh Papaíto?, ¿Te acuerdas, papá, que te decía Papaíto cuando era niño?
Ahora le digo así a mi hijo.
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