viernes, 3 de diciembre de 2010

Cuando se va la luz

Anoche habíamos hecho una pausa en el juego del columpio (en el cual el columpio soy yo, trepado en el dintel de dos ventanas opuestas, balanceando por turnos a los dos) para cenar. A regañadientes Valentina aceptó, todavía molesta porque no pudo tocar el techo con los pies (así de alto los balanceo). En realidad, sí tocó el techo, pero sólo con la punta de los pies, y no a planta completa, como antes, y eso le molestaba. Tuve que inventar que, como ahora es bailarina de ballet, sus pies están habituados a tocar con la puntita el piso y, también, el techo. Al principio funcionó, pero luego estaba requintando contra las clases de ballet.

- Nunca más vuelvo a ir a ese tonto ballet.
- No digas eso, hijita, además el sábado se acaba el ballet.

Y así continuaba un día normal, en el cual llego a casa, jugamos un rato y luego iniciamos el ritual de cambiarles, darles de cenar, asearles y acostarles. Un rato de televisión, luego leer cuentos y finalmente dormir.

Sólo que ahora nos sorprendió un apagón mientras cenaban. Sí, la energía eléctrica se fue en todo el barrio.

- ¿Has apagado la luz, papá? Prende, prende -dijo Julito.
- No hijito, se apagó sola, no se puede encender.

Él no se asustó, en cambio, Vale comenzó con el llanto, pero allí mismo la atajé:

- ¿Por qué lloras? Puedes llorar si te has chancado un dedo, o si te duele algo, pero no por la luz.
- Pero papito, tengo miedo.
- Nada de miedo. A ver, ¿te duele algo?, ¿alguien viene a hacerte daño?, ¿estás en peligro?
- No, pero...
- Entonces no hay motivo para el llanto. Además, por si no sabes todas las noches duermes con la luz apagada-. Valentina puso una cara de sorpresa y se le fue el llanto.
- No, yo dejo la luz prendida.
- Sí, pero yo la apago después. Además, la noche es linda. Podemos hacer sombras con las manos, y contar cuentos que no están en los libros -Valentina iba sorprendiéndose, olvidado ya su llanto, preguntando qué más podemos hacer.

Eve apareció con una linterna y, con su luz, las sombras. Entonces llegaron pájaros y conejos, también perros, Julito no conseguía armar nada con los dedos; Vale, algo. Luego siguieron cuentos que no están en los libros. Cuentos que nos contábamos entre primos y hermanos en Pucallpa, cuando los apagones eran tan comunes, entonces sin querer me acordé de esas noches tan lejanas, de historias, de bromas, de dormir temprano, también de susto, qué bueno que ustedes no tienen que pasar por eso, de oír el chirrido de los grillos y el croar de los sapos, de ver las luciérnagas, sí es una pena que no puedan ver esto, de espantar los zancudos y las polillas que se aglutinaban alrededor de las velas, de esperar a mi papá que siempre llegaba con un pollo a la brasa, pero sobre todo, me acordé de algo que me encantaba hacer y que he olvidado, pero que he enseñado anoche a mis hijos:

- Vale, ven; Julito, ven acá, vengan, vamos a mirar las estrellas.

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