De modo que he pasado buenos días de felicidad doméstica, dedicado a ayudar a Eve en la casa, llevar a los chicos al nido, recogerlos, alimentarlo, bañarlos, vestirlos, hacer de árbitro cuando se pelean, y la infinidad de cosas que hay que hacer a diario en la casa y que -la verdad- agotan muchísimo más que cualquier empleo.
No es que nunca haya hecho estas cosas, sí que las hice, sobre todo con Valentina. Con Julito ya no tanto porque esto de tener dos trabajos me ha quitado mucho tiempo. Tampoco es que fuera fácil. Pero al final del día, hijos, verlos dormir con esa expresión tan única que no se puede describir, pero que permite ver que están felices, compensa todo cansancio. Entonces uno sabe que el día ha valido la pena. Aunque uno mismo -la mamá o yo- quede sin fuerzas para hacer nada más que desear dormir también. Y si es verdad que pocas cosas de la infancia se recuerdan, espero que esta sea una de ellas.
No es que nunca haya hecho estas cosas, sí que las hice, sobre todo con Valentina. Con Julito ya no tanto porque esto de tener dos trabajos me ha quitado mucho tiempo. Tampoco es que fuera fácil. Pero al final del día, hijos, verlos dormir con esa expresión tan única que no se puede describir, pero que permite ver que están felices, compensa todo cansancio. Entonces uno sabe que el día ha valido la pena. Aunque uno mismo -la mamá o yo- quede sin fuerzas para hacer nada más que desear dormir también. Y si es verdad que pocas cosas de la infancia se recuerdan, espero que esta sea una de ellas.
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