sábado, 18 de junio de 2011

Y luego porqué me duele la espalda...

Yo soy dado a los juegos físicos con mis hijos. Desde muy pequeños me ha gustado lanzarles, darles vueltas, correr con ellos a mis espaldas, ponerles de cabeza, y mil acrobacias más. De los dos, Valentina es la juega más así; Julito, en cambio, no. A él le gusta dar las vueltas despacito, no le gusta estar de cabeza, ni las volteretas, ni nada. Pero hay una cosa que le encanta: subirse a mi espalda y estar ahí colgado.

Apenas me ve llegar me dice "quiero subir a tu espanda" o "¿qué te parece si subo a tu espanda?". Y yo: ¿quieres subir? Sube pues.

Sin embargo, ya no son tan pequeños. Vale pesa 19 kilos y Julito, 16. Hay cosas que ya no es seguro hacer, otras, que sencillamente no se pueden; pero todavía quedan otras, como el helicóptero, es decir, cada uno de mis hijos colgado en uno de mis brazos mientras yo giro hasta que se mareen, pero se torna cada vez más difícil, vamos, que cada vez son más vueltas las que se necesitan para satisfacerles, pero es menor el tiempo que un solo brazo puede sostener a cada uno suspendido en el aire. Entonces me queda el recurso de hacer que los dos se suban a mi espalda, y correr haciendo "putún, putún", hasta que pidan chepa, como se ve en la foto (y se ve cómo toma cada uno el juego: Vale disfrutando, Julito cerrando los ojos hasta que acabe y yo, con una cara de serio que refleja el esfuerzo).


Y esto a pesar de que el médico me prohibió cargar siquiera a uno, por la lumbalgia que cada cierto tiempo me tortura. ¿Pero me puedo negar?