sábado, 31 de octubre de 2009

Prometo dar más

Y miren hijos, desde mayo no escribo una sola línea en el blog. Vaya diario. No he dejado consignado cuándo has comenzado a caminar, Julito. Pero estoy a tiempo para dar cuenta de que estás a punto de hablar. Hace unos meses que dices 'atá' por 'allá', 'ta' por 'ya' y 'ese' para indicar algo que deseas. Valentina habló a partir del año y un mes, creo, pero tú tardas un poquito más. Cada uno tiene su tiempo. A mí me llamas 'papá', a mamá, 'mamá', y a tu hermanita le dices 'nana'. Aún no te sale la Ñ para que sea tu ñaña. Pero ahora se te suelta la lengüita y se han incorporado al vocabulario 'oto' y 'ma' ('otro' y 'más'), generalmente por afán alimenticio porque has de saber, hijo querido, que hoy en día eres un comelón. Valentina te dice Julito Comeloncito. Comes más que tu hermanita y eso nos provoca gracia a tu mamita y a mí.

Te diré que tu rutina es la siguiente: te despiertas a las seis (desde que naciste y hasta hace cuatro meses lo hacías a las 5 de la mañana, de modo que te agradecemos que duermas un poquito más) y comes papilla o tomas leche. El desayuno es a las ocho. A media mañana duermes dos horas. A la una viene el almuerzo, a las tres otra fruta, a las cinco lonchecito, a las ocho la cena. Una teta más para dormir, otra a media madrugada y comenzamos a las seis de nuevo. ¿Ves por qué Valentina te dice así?

En cambio a ti, Valentina, mi amor, hay que hacerte una misa para que comas. Qué manera de escaparse de las comidas. Hubo días en que hemos tenido que batallar para que almorzaras sólo tres cucharadas de cualquier cosa. Pero tu mamá es un modelo de paciencia para cuidarlos. Yo no podría con la dedicación que ella pone.

Y yo... bueno, hace quince días he tomado un segundo trabajo. Ahora ya no llego a la casa a las seis de la tarde, sino en la noche, y los encuentro dormidos. Sé que Julito me espera ansioso a las seis y corre a la puerta cada vez que escucha a alguien entrar. Sé que Valentina reza todas las noches para que vuelva temprano nuevamente. Sé que su humor ha cambiado y se estresan. Mamita está triste porque les veo poco ya además está cansada porque no llego temprano para ayudar a cambiarlos, alimentarlos y acostarlos, sobre todo a ti, hijito, que yo te hacía dormir todos los días, mientras la mamita acostaba a Vale. Sólo comparto con ustedes la media hora que tardo en alistarme para salir temprano en la mañana. Ustedes no pueden comprender todavía que tengo que trabajar un poco más porque hay cuentas por pagar. Estos meses han sido de continuas renuncias y, como dice Valentina, eso no es divertido. Será por poco tiempo.

Por eso prometo dar más. Para que mis ausencias en la semana se compensen los sábados y domingos, para que no estén tristes, y para que la mamita también se contente. Voy a ver cómo hago porque tiempo no tenemos. Y ustedes tres valen la pena.

El peinado de Valentina



"Por favor, alcánzame un gancho".

OK. Aquí empieza todo. Valentina adora lucir los peinados que le hace su mamá. Trenzas de formas varias, colas, medias colas, con raya, sin raya, raya en zig-zag, etc. Y su mamá detesta el peinado que yo hago, una cola mal ajustada. A Vale no le importa, pero su mamá se indigna diciendo que no puedo hacerlo más feo aunque lo intentara. Por eso, cuando hay que peinar a Valentina, prefiero dejarle el trabajo a ella.

Sin embargo, eso no significa que no ayude. Ayer me pidió que le alcanzara un gancho. Y como ya sé los requisitos de tal pedido, allá voy, en busca del gancho ideal para el peinado en curso.

A ver, hay dos cajas de metal con ganchos. ¿Cuál quieres, Eve?

- Hay uno blanco...

Ajá, blanco. Vale no se queda quieta mucho tiempo, debo ser rápido, un gancho blanco es fácil de encontrar. Pero en las latas de marras la cosa se complica porque, en blanco, hay ganchos de metal, de plástico, con pompón, con adornos de plástico, de cerámica y de tela, sin adornos, de presión, con seguro, de a pares e individuales.... si pregunto cuál de todos se enoja Eve porque Vale no se queda quieta mucho tiempo... Atino a mirar el atuendo de Vale para ver más o menos por el color cuál queda mejor, pero nada, viste de blanco y negro y los ganchitos de eme son inclasificables por el color. Agarro uno al azar ya resignado y se lo alcanzo.

- ¡Ese es un colette!

Eve suelta el peinado a medio armar y viene a buscar el gancho por sí misma. El peinado debe rehacerse, de modo que soy un inútil espectador, pero Vale ya se cansó, ya no está quieta, de modo que Eve decide algo más sencillo: usó una vincha.



(Post escrito el 4 de mayo de 2009)

Señoras y señores: Julio César

Mi hijo querido nació el 18 de mayo de 2008, treinta meses después que su hermana, y aquí se los presento:



Sí, sí, ya sé que no parece recién nacido pero, ¿no es mejor presentarlo cuando más lindo está? Porque nadie me diga que un recién nacido es lindo.  Ahora lo que importa es presentarles a mi hijo.  Se llama Julio César, como yo.  Y como mi padre y mi abuelo.  Sé de sobra que ya no se estila llamar a los hijos como uno, pero siempre fue mi deseo que mi hijo se llame como yo.

Entradas futuras darán cuenta de lo inteligente, despierto y travieso que es.  La de hoy sólo sirve para presentarlo.  Para que sepan que hay un niño que ilumina mi vida aún más.  Para compartir lo bueno que tengo, que es poco.  Para estar presente en algún lado.  Para que mi Papaíto me lea algún día, para que me quiera más...

25 de noviembre de 2005

A las 8:34 de la mañana nació mi pequeña Valentina. Era viernes. La vi nacer. Mientras acompañaba y sujetaba a Evelyn la vi nacer. Vi salir su cabecita del vientre de su madre y la escuché refunfuñar mientras terminaba de salir. ¡Refunfuñando! Dónde se ha visto. Y seguía refunfuñando mientras le sacaban el líquido amniótico de la boca y le limpiaban el cuerpecito. Qué chistoso. Su madre medio muerta de cansancio después del supremo esfuerzo y la renegona refunfuñando porque la sacaron de donde tan cómoda estaba. Porque la sacaron; si era por ella no hubiera salido nunca. Su madre ya tenía la dilatación completa y las contracciones eran cada vez más fuertes y Valentina bien acomodada donde desde siempre estuvo. Con ella no era. Hubo necesidad de que una enfermera subiera a la cama y presionara la barriga de Evelyn al tiempo que ella pujaba para que saliera. Cada pujo acercaba a mi Valentina a la luz, pero cuando Evelyn se detenía para tomar aire, mi chiquita se volvía a meter. Ah no, no te pases pues hijita, qué es eso. Tu pobre madre sacándose el ancho y tú con esas gracias. Pero ahí mismo se subió a la cama la enfermera y en el quinto pujo, ¡zaz!, una cabecita llena de cabellos salió y empezó a refunfuñar, abrió un ojito y juraría que me miró por un segundo, para cerrarlo después, cegada sin duda por la luz desconocida del día. Qué carácter debes tener, hijita, para estar renegando mientras te examinaban, debajo de esos reflectores, en vez de arrancar a llorar como hacen todos los niños. Aunque me parece que no serás de las lloronas, lloraste poquito al nacer, más de frío, creo. Has de ser muy macha, como tu mamá.


Luego se la presentaron a Evelyn y ella le dio un besito en la frente. Mi amor estaba cansada, toda la frente mojada por el sudor y los ojos ojerosos. Tenía la expresión misma del agotamiento, pero también había contento en su rostro y sus ojos brillaron cuando vio a Valentina. Tan arrugadita mi Valentina, con los ojitos cerrados, y envuelta en un manto. Después del besito la metieron en una incubadora. Se tranquilizó en el acto al entrar allí. Ah, viva, no querías salir del vientre materno. Se la llevaron y fui tras ella. No me dejaron abandonar la sala de partos con la ropa de quirófano puesta, así que me la quité como pude, la tiré por cualquier lado y salí volando. Alcancé a la incubadora en el ascensor y al salir de allí encontré a doña Nilda, mi suegra, que también se unió a la incubadora. La vimos ingresar a una sala llamada Neonatología y me detuvieron en la puerta. “Tiene que mirar por la ventana” me dijeron. Mirar por la ventana, si yo lo que quiero es besarla. Qué preciosa es. "Sí, es bien linda".


Quedamos parados frente al vidrio que nos separaba de Valentina y entonces pude apreciarla: larga y delgada, como la familia de mi madre. Y además, blanca como la nieve. Las manos finas y los dedos, largos y delgados, manos de pianista. Los pies también largos. Seguro son pies “pico de pato” como los míos y los de mi madre (las sandalias y zapatos de vestir te quedarán regio, hijita) pero ahora son muy pequeños y no lo sabría decir. Además le habían teñido las plantas de azul para imprimir sus huellas. Y su rostro, indescriptible por su ternura. Toda una preciosura recostada allí con los ojos cerrados, buscando con la boca los dedos extraviados de la mano derecha y pateando con vigor el espacio vacío. Reconocí el talón que afligía a su madre de tanto estar en el mismo lugar de su vientre y que yo empujaba para obtener invariablemente una patada por respuesta. Esa mañana no había otros bebés, pero si tras ese vidrio hubiera estado alguien más, no lo habría visto, hijita, en ese momento tú opacabas al sol, a Dios. Hasta que alguien corrió las cortinas.

Entonces regresé a ver a Evelyn. Pero no pude entrar a la Sala de Partos de nuevo. "Tiene que estar con la ropa de quirófano". "Ah, me la pongo, acá la dejé". "No, esa ya no sirve. Y no puede estar acá, señor, por favor espere afuera". Demonios. Regresé a la Neonatología y la cortina seguía cerrada. Encontré a mi madre y a mi hermana, Anita, que llegaban. Ella, más práctica, fue a tocar la puerta. "Quiten la cortina pues, queremos ver". Y la volvieron a abrir. Ahí estaba Valentina de nuevo, esta vez dormida, con los bracitos alzados como los pondría alguien a quien apuntan con una pistola por la espalda. Qué bonita eres, hija. Movía los labios y sacaba la lengüita como si buscara el seno de tu madre; era el mismo movimiento que vi en la ecografía meses atrás.

El resto de la mañana nos dedicamos a acompañar a Evelyn. Ella estaba agotada; había pasado toda la noche sin pegar un ojo por las dolorosas contracciones y ahora sólo quería dormir. Pero en la habitación había tanta gente que eso era imposible. Todos comentando la buena nueva, a qué hora la traerán, todos felices porque no hubo dificultades, seguro ya viene, todos aliviados por la rapidez del parto, a las diez y media traeremos a la bebe, todos ansiosos porque no avanza la hora y por fin ahí viene, ahí viene. Y llegó.

La fascinación por ver a mi pequeña Valentina era general. Todos -abuelas, mi hermana, Eve y yo- la mirábamos embobados, boquiabiertos, sorprendidos. No era posible tanta belleza en ese cuerpecito tan pequeño, pero allí estaba y lo único que nos rompió el hechizo fue la llegada de una enfermera amargada de la vida que vino a levantarla como si nada para enseñarle a lactar. Pobre Valentina, los pechos de Eve no estaban listos para alimentarla. Resulta que no le habían enseñado el modo correcto de amamantar y ahora el pezón 'no salía'. Y mi pequeña Valentina no tenía fuerza para succionar y se desesperaba. Entonces comenzó un trabajo arduo para Evelyn. había que sacar el pezón con una jeringa, de modo que la bebé pudiera embocarlo. Era doloroso pero Eve no se quejaba, su preocupación por alimentar a la pequeña era mayor. cada vez que Eve jalaba el pezón la enfermera colocaba a Valentina para que intentara mamar, pero ella no sabía hacerlo, no tenía fuerza para succionar el seno. Además de eso el pezón volvía a contraerse y la bebé se desesperaba. Intentaron casi dos horas y Valentina no había tomado nada. Entonces llamaron a un médico y él dijo que había que administrarle una leche artificial. Yo me negué de plano. Pero más que el calostro que Valentina necesitaba comenzó a salir sangre de los pechos de Eve. Además ya habían pasado cuatro horas desde que mi Valentina había nacido, tenía que alimentarse. Y su llanto nos partía el corazón. A mi pesar, tuve que firmar la autorización del caso y comprar la fórmula de marras. Ese fue su primer alimento. De ahí en adelante todo fue más tranquilo y Valentina no tardó mucho en aprender a lactar.

Pasé la noche en la clínica acompañando a mis dos amores. Al día siguiente también recibimos visitas y por la tarde nos dieron de alta. Todas las enfermeras del turno, incluso la amargada, despidieron a Valentina en coro. Cuando llegamos a casa faltaba poco para el ocaso, pero yo sentía que amanecía un nuevo día.